artículo de eugenio nasarre/ ww.paginasdigital.es
El término “clase media” empieza a utilizarse en la
Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVIII para identificar a un entonces
incipiente grupo social, que se irá progresivamente consolidando y ampliando,
intermedio entre la nobleza y el proletariado rural o urbano. No debemos
mitificar, desde luego, a las clases medias. Pero, cuando Chesterton pone a su
madre como prototipo de ellas, no lo hace de manera inocente. Lo hace sutilmente
para poner de relieve las virtudes que fueron caracterizando a este estrato
social.
Las clases medias no eran grandes propietarias ni
aspiraban a serlo. Pero apreciaban la posesión de unos bienes suficientes que
les diera seguridad e independencia y que pudieran transmitir a sus hijos. Esa
seguridad e independencia estaba asociada a la libertad. Las clases medias sólo
podían desenvolverse allí donde hubiera ámbitos de libertad y sólo reclamaban
de la ley que los protegiera. Los valores que cultivaron eran el trabajo, el
ahorro, una cierta austeridad, un sentido familiar de la vida, más igualitario
que el practicado por la nobleza, y un aprecio por la educación como el legado
más importante que podían dar a sus hijos. El concepto de “buen padre de familia”,
que consagra nuestro Código Civil como modelo de comportamiento, es el
compendio de las virtudes con los que se identificará el “tipo ideal” de este
sector de la sociedad.
La historia del siglo XX, sobre todo a partir de su
segunda mitad, es la de una progresiva extensión de las clases medias a medida
que crecía la prosperidad económica. En España esa ampliación alcanza velocidad
de crucero desde la década de los sesenta y en el último período de intenso
crecimiento económico (1995-2007) recibe un nuevo impulso. “Viejas” y “nuevas”
clases medias van conformando así la mayoría de nuestra sociedad. Muchos de los
logros de nuestro período democrático están asociados al auge de las clases
medias.
¿En qué medida la crisis, por su intensidad y por su
duración, les está afectando? Creo que no es ésta una pregunta impertinente y
pienso que debería ser objeto central de nuestra reflexión y preocupación. La
cuestión ha entrado en el debate público a propósito de los impuestos, que
están golpeando con especial dureza a las familias de las clases medias. Pero
éste es sólo un aspecto del problema. La precariedad del empleo, sobre todo en
las generaciones más jóvenes, está modificando el modo de vida, las relaciones
profesionales, la capacidad de ahorro y las expectativas vitales. ¿Están en
riesgo las virtudes que han caracterizado el “modelo ideal” de este sector
social? ¿La precariedad y la incertidumbre favorecen los compromisos personales de larga duración?
Efectivamente aparecen en el horizonte muchos riesgos
sobre los que resulta imprescindible un serio debate, porque la orientación de
nuestra sociedad está en juego. Sólo puedo ahora apuntar uno de ellos: el valor
de la libertad. El empobrecimiento prolongado de las clases medias puede
impulsar el camino de su mayor dependencia del Estado, restringiendo así los
espacios de libertad. La educación es un ámbito que debemos observar con
especial preocupación. Por primera vez en nuestra democracia hay síntomas de
que la libertad de elección de las familias está presentando dificultades de
nuevo cuño.
La crisis nos obliga a replantear nuestro modelo de
Estado y nuestras políticas públicas precisamente en defensa de unas libertades
que tienen que llegar a la vida real de las personas, a las decisiones que
verdaderamente importan. Las amplias clases medias necesitan para fortalecerse
el humus de la libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario