Para los periodistas, el vaticanista es una
especie o subespecie que permanece en hibernación. Quiere decirse que realmente
trabaja 'ogni morte di Papa' (cada muerte de Papa).
artículo de Rubén Amón / www.elmundo.es y artículo de Juanjo Romero / www.conoze.com
Artículo de Rubén Amón
En el bestiario de los periodistas, el
vaticanista es una especie o subespecie que permanece en hibernación. Quiere
decirse que realmente trabaja 'ogni morte di Papa' (cada muerte de Papa), una
expresión castizo-romana que no alude tanto a los cónclaves en sí mismos como a
los hechos que ocurren cada mucho, mucho tiempo.
Se entiende así el desconcierto que ha
procurado a los 'vaticanisti' la renuncia de Benedicto XVI. No se habían
repuesto de la cobertura del cónclave de 2005 -ocho años de reposo con la excepción
de algún viaje- cuando se encuentran de nuevo en las vicisitudes de las
quinielas, de los aforismos y de las especulaciones informativas, sin olvidar
otros recursos del fondo de armario que aportan pintoresquismo y lirismo a la
escualidez de las crónicas. Se me ocurre, por ejemplo la tentación de
relacionar la lluvia -ha caído a cántaros en Roma- con la metáfora de la
catarsis celestial.
Los vaticanistas son una casta. Una estirpe
tan endogámica como los críticos taurinos y los enviados de guerra, pero, a
diferencia de éstas últimas categorías, no es fácil identificarlos por el
vestuario (la guayabera delata al crítico taurino tanto como el chaleco
multibolsillos delata al aguerrido corresponsal bélico). Convengamos que llevan
gafas -los vaticanistas- incluso cuando no les hacen falta, como hacía Benito
Floro con sus lentes de atrezzo para construir su intelectualidad.
Y que hablan 'piano' -los vaticanistas- , como
si estuvieran (o se estuvieran) confesando. Acaso un síntoma inequívoco del
sigilo que se impone en los pasillos de la Santa Sede y que ellos mismos
interiorizan en la estela de Stanislavski. También se parecen los vaticanistas
a los periodistas que hacen carrera en Bruselas. Me refiero al uso de un
lenguaje propio y al abuso de una terminología que los lectores únicamente
pueden desvelar con ayuda de un diccionario medieval o con la solidaridad de un
sacerdote de la familia. Un problema de comunicación que reproducen en casa a
cuenta de los latinajos y que ha provocado muchos desórdenes familiares, en
plan: 'Papá no te entiendo cuando hablas'.
El hermetismo por ósmosis es tan característico
del vaticanista como la imaginación. Y como la inmunidad y hasta la impunidad,
pues muchas de las conclusiones periodísticas, extraídas de las sombras, de las
conspiraciones, de los misterios, de los susurros, en realidad no hay manera de
cotejarlas. Especialmente cuando se justifican citando 'fuentes de todo
crédito' y preservándolas en el anonimato, no vaya a descubrirse que las
noticias se ha producido por la vía metafísica de la revelación.
El padre Lombardi, portavoz del Vaticano, agita
los brazos como un náufrago cada vez que pretende cuestionar una ocurrencia
informativa de los 'vaticanisti', pero sucede que los medios humanos de la
Santa Sede resultan bastante precarios para contener la avalancha de noticias
enigmáticas y escandalosas. Muchas de ellas proyectadas estos días a escala
universal porque hay 5.000 periodistas acreditados en Roma que se abastecen de
la sobreactuación de los especialistas locales.
De hecho, el 'Washington Post' sostenía estos
días que los vaticanistas tienen cada vez más influencia en los cónclaves por
la repercusión de las informaciones y porque los cardenales se regocijan en las
quinielas de los papables. Se citaba el ejemplo de John L. Allen jr, cronista
de la CNN en cuyo 'oscuro pasado' curiosamente figura un libro de culto para
neófitos, 'Cónclave', que descartaba categóricamente la candidatura de Joseph
Ratzinger como aspirante a la sucesión de Wojtyla.
Esta clase de escarmientos explica que los
vaticanistas de nuestro tiempo prefieran manejar una lista de papables
suficientemente nutrida para jactarse de haber predicho el desenlace del Habemus
papam! - 'ya lo dije yo'-, exactamente igual que hacen los periodistas
deportivos en el mercadeo de noticias e intoxicaciones: aciertan con un fichaje
después de haber mencionado 300.
Existe el vaticanista español, en una especie
de subfamilia, que tiene la costumbre de aludir a ¿fuentes vaticanas? para
otorgar credibilidad a una noticia. Háganme caso, cuando un vaticanista español
alude a las fuentes vaticanas lo único, que ha sucedido es que el susodicho
corresponsal vaticano se ha tomado un café con Paloma Gómez Borrero. Delante de
quien, por cierto, se cuadran como estatuas de mármol los oficiales de la
guardia suiza.
Artículo de Juanjo Romero
Ahora que ha comenzado el «campeonato de los
vaticanistas» me vino a la cabeza el inicio de «El Napoleón de Notting Hill»,
de G.K. Chesterton. En él describe la terrible dificultad que había adquirido
el juego «Dejar mal al profeta»
“Ahora
bien, en los albores del siglo XX el juego de «Dejar mal al profeta» se
complicó más que nunca. Ello era que había entonces tal cantidad de profetas y
de profecías, que resultaba difícil mofarse de todas sus ocurrencias. El hombre
que había hecho por su cuenta y riesgo algo atrevido y descabellado, quedaba al
instante paralizado por la idea atroz de que aquello estuviese ya previsto.
Nadie, ni el duque que se encaramaba a un poste ni el deán que se emborrachaba,
podía sentirse plenamente satisfecho, pues siempre era posible estar cumpliendo
una profecía.
En los
albores del siglo XX no había forma de saber qué terreno pisaban los listos.
Abundaban tanto que un bobo resultaba harto excepcional y, cuando aparecía uno,
la multitud lo seguía por las calles, lo enaltecía y le otorgaba algún alto
cargo en el Estado. Y todos los listos se dedicaban a presentar informes de lo
que iba a pasar en la nueva era, todos ellos muy esclarecedores, todos muy
sesudos y desgarrados, todos muy dispares entre sí. Parecía, pues, que el
inmemorial juego de la mofa de los antepasados ya no iba a poder jugarse más,
porque los antepasados prescindían de la comida, del sueño y del ejercicio de
la política, entregados como estaban a meditar noche y día sobre lo que sus
descendientes podían hacer”.
Porque en esas estamos. Una patulea de
«informadores y opinadores de lo religioso» creen
saber lo que va a ocurrir y
lo que está pasando, quién será el próximo Papa y lo más gracioso: por qué. Me
pareció injusto que no disfrutásemos con sus profecías fallidas, que en
cualquier otro ámbito llevarían consigo tal desprestigio profesional que
significaría su desaparición; pero que para un «vaticanista y/o informador
religioso» se convierten en galones.
Sin lugar a dudas el premio «François Pignon»
del cónclave de 2005 se lo llevó José Manuel Vidal, con su pronóstico de que el
único que no podría ser Papa, nunca, era Ratzinger. Estableció una marca que
parecía insuperable, pero que en los pocos días que llevamos de Sede Vacante
pretende ser pulverizada.
Iré registrando todas las «sesudas»
informaciones en Storify. Todos los días podréis entreteneros, y por supuesto
colaborar dejando enlaces en los comentarios o enviándome la información al
correo delapsis@gmail.com o a mi cuenta de twitter @JuanjoRomero, os lo
agradeceré. Cuando termine el cónclave daré los premios. Seguro que, como
advertía Chesterton, alguien tendrá que acertar. O no.