El
Sónar, el blog de Ignacio Aréchaga en Aceprensa
Nuestra
época se ha acostumbrado tanto a la libre elección y a la falta de límites en
la sexualidad, que luego cuesta asumir hasta las consecuencias ineludibles de
las propias opciones. Por eso algunas lesbianas están indignadas en España
porque el Ministerio de Sanidad ha propuesto que la sanidad pública no financie
la reproducción asistida de mujeres solas y de lesbianas, de modo que los fondos públicos cubran solo
este servicio cuando exista un problema de infertilidad.
Tampoco
es una novedad, pues la norma actual así lo prevé. La Ley de Reproducción
Asistida de 2006 permite que cualquier mujer “con independencia de su estado
civil y orientación sexual” recurra a estas técnicas. Pero la ley no dice que
haya que pagarlo con el dinero de todos. El Real Decreto de 2006 establece que
la sanidad pública solo financiará esta prestación cuando haya un diagnóstico
de esterilidad o “una indicación clínica establecida”. A pesar de esta clara
disposición, algunas Comunidades Autónomas han venido financiando este servicio
también en el caso de mujeres perfectamente fértiles, cuya única causa de
esterilidad es el estilo de vida elegido. El “cambio” ahora propuesto sería,
por tanto, que la ley se respete.
La
cartera común básica de servicios que propone el Ministerio y que deben
cubrirse en todas las Comunidades Autónomas, reserva la financiación de la
reproducción asistida a las personas con problemas de esterilidad. Esto supone
que si el único problema es la falta de varón, como ocurre en el caso de las
mujeres solas y las parejas de lesbianas, no se financiará. Siempre podrán
utilizar estas técnicas en las clínicas privadas, si se las pagan de su
bolsillo.
En un
momento en que la Sanidad pública a duras penas llega a financiar lo indispensable,
no es extraño que se guíe por criterios terapéuticos a la hora de la
financiación pública. Según la nueva norma, solo se cubrirán estos tratamientos
“por motivos terapéuticos o preventivos” a las mujeres menores de 40 años y a
hombres de menos de 55 con problemas para concebir.
Las
activistas lesbianas denuncian esta limitación como un atropello y una
discriminación. “Efectivamente, podemos ser fértiles, pero nuestra forma de
vida no nos permite hacer un apareamiento en pareja”, dice la portavoz de la
Federación Estatal de Lesbianas. Pero exigen su derecho a ser madres y
atribuyen la decisión de Sanidad a que el gobierno solo considera como familia
a la formada por un hombre y una mujer. Y, claro, esta sería una decisión
“ideológica”.
Pero,
de entrada, parece una decisión económica, pues se trata de reservar los
recursos para verdaderos problemas sanitarios. El Ministerio de Sanidad no está
para garantizar el derecho a la maternidad ni para financiar estilos de vida,
sino para resolver problemas de salud. Y
utilizar estos recursos de todos para financiar unas formas de vida libremente
elegidas, sería otro modo de “privatización” de la sanidad pública.
Tampoco
la propuesta del Ministerio es extraña, pues en países de nuestro entorno, como
Francia e Italia, la reproducción asistida se reserva por ley para parejas
formadas por hombre y mujer.
Pero,
si la medicina pública debe estar al servicio del estilo de vida elegido por
cada uno, no solo habría que pagar la fecundación artificial a las lesbianas.
También habría que sufragar con fondos públicos el irresistible deseo de
paternidad del gay que necesita recurrir a un vientre de alquiler. Y si una
persona desea disfrutar de su derecho a estar bronceada, pero no quiere ponerse
al sol (con el riesgo de cáncer de piel), el Sistema Nacional de Salud tendría
que pagarle las sesiones de rayos UVA. ¿Y cómo no financiar la cirugía estética
de la aspirante a modelo cuyas limitaciones físicas pueden impedir el estilo de
vida que desea?
La
pretensión de que mi estilo de vida lo elijo yo, pero las consecuencias las
pagamos todos, no parece justa ni viable. Mi cuerpo es mío y tu cartera de
todos, sí que es una postura ideológica.
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