domingo, 14 de marzo de 2010

Aborto libre y progresismo



Miguel DELIBES de la Real Academia Española, ABC,Domingo , 14-03-10

En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia natural, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras decidimos». En principio, la reclamación parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción. Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante en este dilema es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.

La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad, pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de pecado. En lo concerniente a la libertad, habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.

Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para éstos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia.

En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podría atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podría recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: Esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.






miércoles, 10 de marzo de 2010

“Detrás del proyecto de modificación de la ley religiosa en España…”

ENTREVISTA A ANDRÉS OLLERO, CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD JUAN CARLOS I / WWW.ZENIT.ORG / MIÉRCOLES 10 DE MARZO DE 2010

En plena crisis económica, el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero introduce el proyecto de modificación de la ley de libertad religiosa en España, constata Andrés Ollero Tassara. Ollero, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Juan Carlos de Madrid y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas española, publica en este nuevo contexto el libro “Un Estado laico. La libertad religiosa en perspectiva constitucional” (Aranzadi, Thomson-Reuters), que amplía la versión de hace cinco años (pasando de 211 a 332 páginas y de 363 a 656 notas). A su juicio, algo que se ha hecho necesario puesto que estudia la libertad religiosa en perspectiva constitucional. “La Constitución española no ha cambiado y la libertad religiosa no es un derecho novedoso -aclara-; sin embargo, he debido añadir cien páginas y más de trescientas notas, porque para el gobierno español la presencia de la religión católica en el ámbito público se ha convertido en una obsesión”.

¿Qué cuestiones han surgido en los cinco últimos años?
El Tribunal Constitucional español ha sentado doctrina sobre la libertad de los obispos para proponer profesores de religión. Se ha actualizado la libre asignación tributaria a la Iglesia Católica por parte de los ciudadanos. A la vez, el Gobierno ha provocado una grave polémica al convertir en obligatoria una asignatura de formación ciudadana, rebosante de opciones morales, que antes se venía proponiendo desde ámbitos socialistas como mera alternativa a la formación religiosa. Al surgir millares de objetores de conciencia, el Gobierno ha cuestionado ese derecho encontrando sorprendente apoyo en una Sala del Tribunal Supremo, aunque aún deberá pronunciarse el Constitucional. En plena crisis económica parece ahora empeñado en convocar un concilio por lo civil.

¿Qué puede explicar esta peculiar atención a lo religioso?
Su convencimiento de que ganar unas elecciones confiere el derecho a imponer un código moral a la sociedad, incluso sobre aspectos no incluidos en el programa electoral. Un cargo electo socialista acaba de dimitir como protesta. La obvia autoridad moral de la Iglesia Católica es gubernamentalmente percibida como poder e intenta neutralizarla por una doble vía: cuestionar y restringir la presencia de lo católico en la vida pública, a la vez que promociona la de otras confesiones minoritarias, de espaldas a su efectivo arraigo social.

¿Puede aportar algún ejemplo al respecto?
El mismo Gobierno cuyos mentores cuestionan los funerales de Estado y la presencia de autoridades en actos religiosos, o pretenden ampararse en la recurrida sentencia de Estrasburgo sobre los crucifijos para quitar de inmediato los pocos que puedan quedar, propicia en una Universidad pública un curso de formación para imanes musulmanes. No sólo ha confeccionado menús especiales para los matriculados sino que ha hecho acondicionar una sala orientada a la Meca para facilitarles los ratos de oración. Todo esto merece elogio; lo que no se entiende es la curiosa asimetría de trato.

¿Qué cabe esperar de la anunciada reforma de la ley de libertad religiosa?
Acaba de aprobarse una ley de plazos sobre aborto, considerada inconstitucional por el Consejo fiscal, sin el apoyo del Consejo general del Poder Judicial, que sólo ha encontrado el visto bueno del Consejo de Estado en un informe de contenido muy crítico y bastante contradictorio. Parece que ahora se pretende abrir otro frente de batalla en la sociedad, que para algunos no es sino una maniobra de distracción ante la incapacidad gubernamental para hacer frente a la crisis económica. Como no se trata de solucionar problemas concretos experimentados por los ciudadanos, puede proponerse cualquier cosa en la línea restrictiva ya comentada.






jueves, 4 de marzo de 2010

Lo que se nos viene encima


Francisco Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho
ABC 4.III.2010

El Senado aprobó hace días la nueva ley del aborto. Lo hemos conseguido: el embrión de buitre leonado (hay multas por la destrucción de huevos) tendrá mayor protección jurídica que el feto humano. Hemos superado finalmente nuestra arrogancia "especista": ¿quién nos había dicho que teníamos más dignidad que los demás animales? ¿Qué nos habíamos creído? Henos aquí por fin equiparados con el hermano Lince y el admirable quebrantahuesos.

Querría llamar la atención sobre un aspecto de la ley Aído que ha escapado en general al análisis. Es una ley de 23 artículos...y sólo los arts. 12 a 23 regulan el aborto. ¿De qué tratan los anteriores? La Exposición de Motivos asegura que la nueva ley busca "garantizar los derechos relativos a la salud sexual y reproductiva[SSR]". Los españoles padecemos, según parece, una “salud sexual” muy deficiente, pero la ley Aído va a curamos (para ir abriendo boca el Ministerio de Igualdad ha invertido 26.000 euros en un mapa de la inervación y excitación del clítoris"). Sobre todo, va a curar a nuestros hijos, que gozarían de una "salud sexual" rozagante gracias a la formación que la ley ha previsto para ellos. Los arts. 1 al 11 trasudan obsesión por la pedagogía sexual: el sistema sanitario deberá "proporcionar educación sanitaria integral y con perspectiva de género sobre (art, 5.2)”; "los poderes públicos desarrollarán acciones informativas y de formación sobre SSR [...] dirigidas, principalmente, a la juventud" (art. 6)”; "el sistema educativo contemplará la formación en SSR incluyendo un enfoque integral que contribuya a [...] b) el reconocimiento de la diversidad sexual; c) el desarrollo armónico de la sexualidad acorde con la personalidad de los jóvenes [...]" (art. 9).

Términos como “integral", "enfoque de género", etc. esconden una densa carga ideológica. Para saber de qué se trata, se puede consultar el Borrador de Estrategia Nacional de Salud Reproductiva [ENSR] de 11/11/2O09, elaborado por el Ministerio de Sanidad. Son 192 páginas, la mitad de ellas doctrinales. Su lectura es dura. . . pero muy reveladora: ahí está la esencia de la nueva izquierda. La ideología que será enseñada en las escuelas (art.9). Señalemos algunas claves:

-El sexo como centro de la existencia: "el derecho a tener prácticas sexuales no reproductivas, es un "derecho humano universal, basado en la libertad, dignidad e igualdad" [P. 7] (ya la ley Aído revelaba en su preámbulo que "el desarrollo de la sexualidad está directamente vinculado a la dignidad de la persona”). El derecho al disfrute no debe verse obstaculizado ni por el temor a la maternidad, ni por “tabúes" morales. La ENSR aboga por “un concepto positivo de la salud sexual que incluye el bienestar, la satisfacción y el placer, dejando de lado la concepción de la sexualidad ligada a la represión, el miedo y lo moralmente bueno o malo" [P. 14].

-El placer sexual debe ser buscado como un fin en sí mismo; su condicionamiento al vínculo matrimonial (o, siquiera, a la existencia de un sentimiento) es castrante y culpabilizador: "antes se dignificaba la sexualidad mediante el matrimonio, [...] mientras que en la actualidad se exige en cambio su dignificación mediante el amor romántico. Esto indica la vivencia del deseo sexual con culpabilidad y vergüenza por parte de las mujeres [...]" [P. 25] (la ENSR constata que un porcentaje preocupante de mujeres –incluso jóvenes- sigue vinculando el sexo con el amor: este dato es interpretado como el resultado de la persistencia de “estereotipos sexistas” nocivos: cf. p. 38).

-Una vida tan orgasmocéntrica tropezará antes o después con un embarazo indeseado (pues los anticonceptivos pueden fallar, o a veces uno olvida utilizarlos). El derecho al placer es, por tanto, inseparable del derecho al aborto: "uno de los derechos básicos de las mujeres en materia de salud reproductiva es el derecho a decidir libremente la continuación o no de su embarazo" [P. 15].

-Los rasgos masculinos y femeninos (por ejemplo, la maternidad) no se basan en la naturaleza, sino en la cultura; son “roles”, que es preciso deconstruir: “los estereotipos acerca de lo que es ser hombre o ser mujer en nuestra sociedad tienen graves repercusiones para la vivencia de la sexualidad de un modo placentero” [P. 24]. Especialmente nefando es el “estereotipo” de la complementariedad hombre-mujer: “a mujeres y hombres se nos educa en un rol de complementariedad [...]. [A causa de ello] los individuos están mediatizados en sus comportamientos sexuales por las normas y la moral establecida, viéndose auto-juzgados y juzgados socialmente cuando tratan de transgredir lo que se espera para unas y otros” [P. 24].

-La maternidad es otro "mito" perjudicial para la mujer: "el mito del instinto maternal, supuestamente natural e intrínseco, predestina a las mujeres a ser madres para que posteriormente se dediquen al cuidado de las criaturas"; "el rol maternal tiene efectos profundos [...] en la desigualdad sexual” [P .27]; "la maternidad no es un hecho natural" [P. 28].

-Los niños tienen también derechos sexuales: "las personas tienen y viven su sexualidad desde que nacen hasta que mueren; tendrán diferentes necesidades relacionadas con la salud sexual, y necesitarán de servicios que les faciliten educación, atención, etc.” [P. 30]. Es precisa, pues, una "formación sexual integral desde la infancia": “a través de ella, mujeres y hombres podrán decidir con autonomía sobre su vida sexual, desde la niñez hasta la vejez. La educación sobre la sexualidad permite vivirla libremente sin temores ni prejuicios" [P. 69].

Esto es lo que se nos viene encima.






lunes, 1 de marzo de 2010