Es engañosa la idea de que a más inversión,
mejor enseñanza, pero también es desacertado considerar la educación como mera
pieza auxiliar de la política económica.
por CristinaLosada, 16-04-2012
El
enésimo intento de reforma de nuestro sistema educativo se pone en marcha en
circunstancias que abonan una visión economicista tanto de las necesidades como
del papel de la enseñanza. Se dice así
que los recortes que han de hacerse por imperativo de la crisis ponen en
peligro la calidad de la educación. Es la crítica fácil y populista del PSOE y
los sindicatos, fundada en la muy extendida idea de que a más inversión, mejor
enseñanza. Que el argumento es simplista, luego engañoso, lo demuestran los
resultados. Han sido malos y han llegado a pésimos hasta en los más cercanos
tiempos de bonanza, cuando un presidente prometía un ordenador por alumno como
gran avance. Se puede invertir más dinero en educación sin que su calidad
mejore. Quienes ahora culpan preventivamente a los ajustes de una merma de la
calidad no dieron señal alguna de inquietud ante los síntomas de degradación
preexistentes. Carecen de autoridad moral.
El
marasmo económico ha alentado otra noción convencional que considera la
enseñanza como una suerte de industria
auxiliar destinada a incrementar el crecimiento de un país. Ahí, la eficacia de
la educación se mide en términos de PIB y su justificación reside en cuánto
aportan sus productos, esto es, los titulados, a la prosperidad de la nación.
Pero también esta idea de que existe una relación directa entre la educación y
el crecimiento peca de simplismo. De ser cierta, resultaría inexplicable que
países que contaban con tasas de alfabetización bajas crecieran más que otros
con tasas altas, como ocurrió en Asia. O que Suiza haya podido mantener un
nivel de riqueza y productividad envidiables con un índice de universitarios
que fue, durante largos años, muy inferior al de otros países desarrollados.
En el
extremo, esa posición economicista llevaría a suprimir, por inútiles para el
objetivo del crecimiento, materias como literatura, historia, filosofía y, por
qué no, la tanda de humanidades entera. Claro que los individuos aspiran
legítimamente a disponer, gracias a sus estudios, de una vida más próspera.
Pero no se podrá reducir la educación a mera pieza de la política económica sin
menoscabar su papel de transmisora de una herencia cultural y una urdimbre
civilizatoria. Hay razones no vinculadas a la productividad para que se
aprenda, al menos, tanto latín como gimnasia. Aunque en nuestro caso, me temo,
estamos todavía en la fase previa: conseguir que se aprenda algo.
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