sábado, 23 de mayo de 2009

Científicos tildan a Bibiana Aído de "ignorante y carente de razón"




Para Mónica López Barahona, doctora en Ciencias Químicas y directora de la Cátedra de Bioética Jérôme Lejeune, "las declaraciones de la ministra no obedecen al dato objetivo de la ciencia y su sola exposición la descalifica para cualquier discusión seria. Desde 1991, un estudio de la Universidad de Luisiana identificó y demostró una secuencia de genoma específicamente humano, conocida como secuencia ALU. Es la que, por ejemplo, se utiliza en medicina forense para determinar si la sangre es humana o no". "El cigoto –prosigue– es una célula y su genoma tiene esa misma secuencia ALU. Luego es fácilmente deducible que si el cigoto ya es un ser vivo, correcto como dice la ministra, es, además, específicamente un ser humano, lo que ella niega. Pero da igual que hablemos del cigoto, que el feto tenga 13 semanas, 22 o que el niño haya sido bautizado. No es una cuestión de tiempo en todos los casos se trata de un ser humano".

"Un sinsentido"

Nicolás Jouve de la Barreda (Catedrático de Genética de la Universidad de Alcalá de Henares) entiende que Aído "carece de razón. Lo que ha manifestado es un sinsentido. Si hay algo claro para la Genética y la Biología, que son las ramas que domino, es que un feto de 13 semanas es un ser humano. Sino que la ministra nos diga lo que es. El problema de la ministra es que a ella le da igual lo que diga la ciencia. Le molesta la verdad. No le interesa oír lo que le dicen los científicos, luego aplica la ideología. Pero la ideología comienza donde acaba el conocimiento. Y el conocimiento es tozudo demuestra que cada vida humana es una vida única y singular, desde la concepción hasta la muerte, perteneciente a la especie Homo sapiens, sin saltos cualitativos. El embrión y el feto son biológicamente equiparables al recién nacido y al adulto, del que lo único que los diferencia es un factor temporal, porque el ser humano es el mismo y mantiene su identidad genética a lo largo de su vida. Se trata del mismo individuo, el mismo ser en un proceso continuo de desarrollo. Un ser, caracterizado por un "continuum" genético y por tanto biológico".

Para el portavoz de "Ginecólogos por el Derecho a Vivir", Luis Chivas "lo que ha dicho la ministra es de una ignorancia tan enorme y de una irresponsabilidad tan gigantesca que la descalifica de inmediato como inspiradora del anteproyecto de reforma de la ley del aborto. Por dignidad debería dimitir o ser inmediatamente cesada. A las 13 semanas, un feto es un ser humano perfectamente formado, con un aspecto absolutamente humano: tiene todos los órganos, se le notan las uñitas, tiene ojitos, se le ven los órganos sexuales, ya se sabe si es niño o niña, tiene sensibilidad al tacto... ¿Cómo puede afirmar que no es un ser humano y además decir que no existe base científica?".

A la ministra le quitan la razón hasta los lingüistas, aquellos que la reconvinieron cuando alumbró el término "miembra" y se quejó de que no lo incluyeran en el diccionario de la Real Academia. Pues bien, el académico Gregorio Salvador recordó a Aído "que un feto es un ser humano desde el punto de vista etimológico, ya que es ser porque existe y humano al proceder del hombre y no del mono o del caballo". Y remachó que "desde el momento de la concepción, en que se unen el espermatozoide y el óvulo, el humano empieza a ser". Esto no quita para que cuando crezca se vuelva "inhumano".









jueves, 14 de mayo de 2009

Uso terapéutico de las células madre

Ha pasado el tiempo de los discursos demagógicos. Hoy sabemos, con rigor científico, que no hay enfermos cuyas vidas estén dependientes de que se permita legalmente descuartizar embriones para que les sean suministradas, injertadas o inyectadas estas células.


Por Natalia López Moratalla Universidad de Navarra
Catedrática de bioquímica y biología molecular

Lo que no es «la cuestión»

El uso terapéutico de las células madre ha surgido, en los últimos años, como un nuevo modo de la medicina: sustituir o regenerar aquellas células destruidas por la enfermedad degenerativa (diabetes juvenil, Parkinson, esclerosis múltiple, etc.) o a causa de un accidente, como el infarto de miocardio o la lesión de la médula espinal. Esta investigación surge y da sus primeros pasos en un contexto muy complejo: el hecho de usar inicialmente como fuente de células madre, las que forman la masa interna del embrión humano de cinco días. En principio, aquellos embriones que son calificados como "sobrantes" de la práctica de las técnicas de reproducción humana asistida; son suficientes para empezar, después habría que producirlos y destruirlos a continuación. Por ello, este campo biomédico de excepcional importancia, ha estado envuelto en el debate sobre la investigación destructiva de embriones humanos y sobre el destino de los que están congelados. Con frecuencia, se reduce y desvirtúa la problemática científica y ética en un simple «embriones humanos para curar enfermedades regenerativas: sí o no». Y se afirma que «millones de diabéticos de todo el mundo confían en las investigaciones con embriones humanos para que no antes de 5-10 años la diabetes tenga solución». Pero la cuestión no es esa.

La ciencia está a otro nivel mucho más avanzado

Una investigación para estudiar enfermedades y buscarles soluciones no puede, ni ética ni técnicamente, tener como material de partida el que conlleve destrucción de vidas humanas. La ciencia está a otro nivel mucho más avanzado. Un ser humano, de menos o de más de 14 días, implantado en el útero materno o congelado, deseado para procreación o abandonado, es un ser humano que nadie puede arrogarse el poder de matarlo para usarlo como medio, por muchos beneficios para la humanidad que se derivasen de ello. Esta no es una cuestión de prejuicios religiosos. Ni la investigación biomédica debe dejarse manipular de opciones o presiones políticas, o intereses meramente económicos.

Ha pasado el tiempo de los discursos demagógicos que usan la sensibilidad de todo buen nacido hacia el dolor ajeno. Las afirmaciones de que «lo no ético es no utilizar las células madre embrionarias para investigar» son mera demagogia. Científicamente no se mantiene en pie que un embrión humano no sea un individuo de la especie humana. Investigaciones rigurosas son contundentes al afirmar que el embrión tiene ya desde su primer día de vida trazados los ejes cabeza-cola y dorso-vientre. Son hechos innegables que se tratan de ocultar cuando se intenta a toda costa, también a costa de la ciencia, desacralizar al embrión humano para poder destruirlo y usarlo tranquilamente. Si un individuo de la especie humana es o no persona, o está en vía de llegar a serlo, no es una cuestión científica; ni lo será o dejará de serlo por muchas declaraciones que hagan algunos científicos.

Rigor científico


Si hace unos pocos años podría caber alguna duda de la necesidad de estas preciadas y polémicas células madre embrionarias hoy sabemos, con rigor científico, que no hay enfermos cuyas vidas estén dependientes de que se permita legalmente descuartizar embriones para que les sean suministradas, injertadas o inyectadas estas células. Es un hecho y no algo simplemente opinable. En primer lugar, contamos con la presencia en la sangre y en la médula ósea, en la grasa y en todos los órganos y tejidos de nuestro organismo, con células madre capaces porque esa es su función propia y natural de regenerar o sustituir aquellas células destruidas o dañadas. En los tres últimos años, y con una frecuencia casi semanal, ha ido conociéndose cómo son y cómo funcionan estas células propias y en muchos casos qué tenemos que hacer para que se sitúen en su lugar propio y cumplan su función. Ciertamente queda mucho por saber de ellas y de su eficacia a largo plazo, pero hoy por hoy su uso no ha presentado aún ningún problema.

Por el contrario, los experimentos con embriones de ratones han puesto de manifiesto que estas células madre embrionarias no pueden ser transferidas a ningún paciente: son tan poco "domesticables" que producen tumores en el organismo en que se introducen y actúan en él demasiado por libre. No vale la pena, ni tiene sentido, seguir por esa vía de convertir célula embrionarias en células del tipo diferenciada e inmadura que ya de por sí tiene el cuerpo y las tiene además situadas en su sitio.

Somos capaces

En segundo lugar, merece la pena continuar investigando con células madre embrionarias y sacándoles sus valiosos secretos. Pero esa investigación puede y debe hacerse en células animales. Y en último término, para aquellas investigaciones que exijan que las células sean del tipo embrionario y además humanas, hoy podemos ya ir a ellas con paz: somos capaces de conseguirlas sin producir ni destruir embriones.

Años de fuerte esfuerzo han dado sus resultados: el 30 de septiembre pasado la prestigiosa revista PNAS publica las impresionantes fotos de células de diversos tejidos derivadas de las del tipo madre embrionarias de una partenogénesis; sin producir ni tocar un embrión humano.







miércoles, 13 de mayo de 2009

El gobierno de España intenta desviar la opinión en un momento de extremada crisis social con un debate sobre un autoabortivo de post emergencia


La Asociación Nacional para la defensa del Derecho de Objeción de Conciencia (andoc www.andoc.es) censura a la ministra de sanidad su falta de rigor científico, además de tratar de dirigir las conciencias. de científicos como médicos y farmacéuticos.

El anuncio de la ministra de Sanidad sobre la decisión de imponer la dispensación sin receta y sin límite de edad, de la píldora denominada "del día después", sólo cabe entenderlo en clave ideológica y dentro de una estrategia política del momento, pues no se sostiene jurídicamente ni desde una perspectiva de prevención sanitaria o científica.

1. La objeción de conciencia de médicos y farmacéuticos es un derecho fundamental, reconocido por nuestros tribunales y firmemente asentado en la deontología y en la práctica sanitaria. Ni gobiernos, ni ministros, ni autoridad alguna pueden imponer, prácticas que obliguen a los profesionales a abdicar de sus conocimientos y de su libertad, para someterse a la tiranía de la norma, y mucho menos, permitir que “se gestione” su conciencia.

2. La ministra confunde la realidad de los hechos cuando dice que la pdd “médicamente” “nunca es abortiva”. Conviene precisar que uno de los efectos de la píldora es impedir la implantación del embrión en el útero (efecto que aparece reconocido en las fichas técnicas de la píldora) y por tanto, si ha habido concepción, lo aborta. Otra cosa es que, al usar una terminología propia de las prácticas de FIV, confunda aborto con “interrupción del embarazo”, y entienda por embarazo el periodo de desarrollo después de la implantación, ya que en la FIV el embrión está en el laboratorio hasta ser transferido. Por eso, de forma impropia, dice que la píldora actúa impidiendo el embarazo no interrumpiéndolo.

3. Aunque la pdd no es un anticonceptivo -lo repiten hasta la saciedad especialistas y colectivos profesionales- se está usando como tal. Sería muy de agradecer que la ministra explicase porqué se necesita receta para cualquier medicamento que contenga compuestos hormonales, para un anticonceptivo, incluso para poder dispensar un simple mucolítico o una crema antibiótica, y no para un compuesto hormonal de esas características.

4. No es cierto que la píldora del día después contribuye a disminuir los embarazos adolescentes: hay estudios recientes, serios e imparciales, publicados en las revistas científicas más solventes (Bristish Medical Journal, Contracepción…) que lo desmienten; en todo caso, bastaría consultar los datos de la evolución del aborto entre adolescentes (menores de 19 años) en España desde 2001, año en que se aprueba la comercialización de la pdd hasta hoy: en 6 años se ha pasado de 9.000 a 15.500; de suponer un 8,29% sobre el total de abortos al 13,78% en 2007. Además, a pesar de las campañas sucesivas para fomento del uso de preservativo, las enfermedades de transmisión sexual (que la píldora no evita), se han disparado en los últimos años. Por ejemplo, los casos de sífilis han pasado de 700 en 1997 a un total de 1.734 en 2007, números similares presenta la gonococia (enfermedades ambas que llevaban décadas sin diagnosticarse en España); y el tristemente famoso virus del papiloma humano (VPH), que si a finales de los 80 afectaba a unos 55.000 hombres y a 10.000 mujeres, 15 años después la cifra se ha duplicado entre los varones y triplicado entre las mujeres.

5. La píldora no es un fármaco seguro para menores de 16 años: tal como dicen las fichas técnicas, no hay estudios representativos en los que se demuestre que la utilización de la pdd en menores de 16 años sea segura. En consecuencia, su dispensación gratuita y sin receta puede entrar en conflicto con el artículo 10.1.b) de la Ley de Garantías que establece que entre las requisitos exigibles para la autorización de fármacos se halla "ser seguro, no produciendo en condiciones normales de utilización efectos tóxicos o indeseables desproporcionados al beneficio que procura".

6. Estamos convencidos de que tanto los profesionales como las entidades colegiales, saldrán, una vez más, en defensa la libertad y conciencia profesionales, para impedir que llegue a dictarse una medida, por lo demás, carente de las más elementales criterios de medicina preventiva.

13 de mayo de 2009
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Juan Molina






lunes, 11 de mayo de 2009

¡Gracias, Santo Padre!


Lo que es verdad para África y es verdad para nosotros

Fecha: 11/05/2009. Publicado en: Semanario diocesano de Granada y Guadix, Fiesta 828

Los dos hechos que siguen me han sido contados por sus protagonistas.


En un país de América Latina, una médico, ginecóloga, premiada como la mejor médico del país por el gobierno de su nación, ha dedicado parte de su vida profesional a impartir un programa de educación afectiva y sexual a adolescentes y jóvenes. Es un programa con una duración de seis meses, y un trabajo semanal a lo largo de ese período. El programa consiste en dar a conocer con detalle suficiente a los jóvenes (ellos y ellas) el funcionamiento del cuerpo humano en relación con la sexualidad y con el afecto. Con detenimiento y cariño, por ejemplo, se les acompaña a las muchachas a conocer sus ciclos reproductivos, y a todos a descubrir la belleza de la sexualidad y su funcionamiento, a reconocer el misterio que somos y lo bien que Dios nos ha hecho. Es un programa magnífico, creado por una médico norteamericana (una religiosa) que ha trabajado muchos años como ginecóloga en Pakistán y en Bangladesh.


Nuestra médico de América Latina estaba impartiendo su programa en un colegio de la capital de su nación al que asistían las hijas del ministro de Educación. Un día, en el entreacto de un teatro, coincidieron el ministro y la médico. Fue el ministro quien vio a la médico, y se acercó a ella para felicitarla: “¡Doctora, qué alegría verla! ¡No se puede hacer idea de lo contentas que están mis hijas! ¡Vienen a casa y no paran de hablar de lo bonito que es su programa y del bien que les hace! ¡Enhorabuena!” El ministro siguió en esa vena por un rato, hasta que la médico le dijo: “También a mí me alegra, ministro, que sus hijas estén tan contentas, y que usted haya tenido la ocasión de ver el valor que tiene un programa planteado así. ¿Qué le parece si desde el Ministerio se permitiese que en los colegios públicos donde los padres lo pidieran —las hijas del ministro estudiaban, como es natural, en un colegio privado—, pudiéramos también dar el mismo programa?” “¡Ah! ¡Eso no, doctora! ¡Eso no puede ser! A unos pocos se les puede educar, pero al pueblo hay que darle preservativos”.


Vamos con la segunda: En este caso era una médico norteamericana, que trabajaba en Ghana, en un centro de Atención Primaria. Había estado en la Conferencia Internacional de El Cairo sobre la Población y el Desarrollo, en 1994, y de retorno a América, antes de volver a su misión, pasó por España. Coincidimos en un acto, nos presentaron y estuvimos hablando un buen rato. En el centro donde ella trabajaba, en una zona sumamente deprimida —me dijo—, morían todos los días niños deshidratados a causa de una simple colitis, por falta de suero fisiológico, y por la ignorancia de las madres. Sin embargo, el centro estaba literalmente “lleno” —o tal vez sería mejor decir “invadido”— de cajas y cajas de preservativos que ciertas compañías americanas y europeas les enviaban gratis, hasta no saber qué hacer con ellos, porque ocupaban un espacio en el centro que no tenían, y que necesitaban para cosas más urgentes y más graves.


¿Cui prodest? ¿Quién paga el anuncio? ¿Qué visión del ser humano y de la vida —y de las distintas clases de seres humanos, y de vidas humanas— se esconde detrás de estas historias? ¿Quiénes, qué poderes y qué industrias, se benefician de la despoblación de África, y piensan ya sin duda en los futuros beneficios de sus inmensas riquezas y reservas naturales? Sin duda, los mismos que degradan sin cesar y sin límite nuestra propia humanidad y la dignidad de nuestro pensamiento cuando deciden —y nadie sería capaz de explicar racionalmente en virtud de qué poder—, promover entre nosotros la banalización absoluta del uso del cuerpo humano y del sexo.


Los mismos que deciden que el matrimonio —esa maravillosa y fragilísima realidad humana, o mejor, divina— no es un bien que necesita ser protegido. Los mismos que han decidido que a cualquier cosa —incluso constitutivamente estéril— se la puede llamar matrimonio, haciendo burla de los millones de personas de las que ellos viven, porque son quienes pagan como pueden sus impuestos, aunque ninguna de esas personas —absolutamente ninguna— haya nacido de esas uniones estériles. Los mismos que deciden que matar a un ser humano, siempre que no haya nacido y no tenga voz para gritar, ni acceso a los medios de comunicación para defender sus derechos, ni un sindicato que le defienda, es legítimo, con tal de que les convenga a alguno de los adultos implicados. Los mismos que están a punto de decidir “una salida” igualmente digna y honrosa “a favor” de quienes han dejado ya de producir, para que no sean una carga para la Seguridad Social. Los mismos que piden mil controles para obtener un antibiótico, pero dan a menores, sin que sus padres lo sepan, sin rechistar y sin comentario, y todas las veces que haga falta, una píldora abortiva cuyas consecuencias, absolutamente conocidas en caso de abuso, no se quieren decir, para que no quede rastro o huella alguna, para que nadie les pueda reclamar el día de mañana por este crimen contra la humanidad de nuestros adolescentes (y contra su salud mental, afectiva y corporal).


Lo que se silencia es el dato —perfectamente constatado— de que el uso masivo de los preservativos no ha detenido el sida en África, sino que lo ha propagado. Y se silencia el número de suicidios que se producen entre las mujeres que han abortado. Y se silencia la amargura infinita y el dolor en que viven la inmensa mayoría de las que se han creído que “eso” era un derecho, y no saben que sería mucho mejor que fuese un pecado, porque los pecados, todos los pecados, HAY quien los perdona, y quien nos ama y nos abraza y nos cura. Y se silencia que, según estadísticas oficiales, en Andalucía, la primera causa de muerte entre los adolescentes y jóvenes no son los accidentes de tráfico, sino el suicidio. Y como se silencia, nadie se pregunta por qué. No hace falta preguntarse, porque es obvio que vivimos en el País de las maravillas. Y estamos lanzados hacia el progreso. Desde luego, a toda velocidad. A tanta velocidad, que ya no podemos saber hacia dónde vamos, si hacia el progreso o hacia el abismo.


¡Qué difícil es no pensar en aquella escena de El tercer hombre en la que Joseph Cotten y Orson Wells mantienen una conversación en la noria del Prater de Viena! En aquella Viena destruida por la II Guerra Mundial, Orson Wells vendía de estraperlo penicilina adulterada, con terribles consecuencias para quienes la usaban, incluso cuando sobrevivían. Lo importante es mirar a los hombres de lejos, como desde lo alto de la noria, hasta que no sean más que puntitos... “Si te ofrecen veinte dólares por cada uno de esos puntitos que dejara de moverse, ¿cuántos crees que se resistirían? ... Y libres de impuestos, amigo, libres de impuestos...” Con un cinismo helador, Orson Wells continúa: “Los gobiernos lo hacen, ¿por qué no podríamos hacerlo nosotros?” La sociedad de los puntitos vistos de lejos, vistos en las estadísticas, es ya nuestra sociedad. La vida del hormiguero industrioso al servicio de los intereses económicos y políticos de los poderosos podría ser nuestro futuro. Lo más sarcástico, lo más esperpéntico de todo, es que parecemos dirigirnos hacia ese futuro tan alegres y confiados como unos párvulos a los que sus maestros llevan de excursión.


Lo que el Santo Padre ha dicho en África es, sencillamente, que tenemos necesidad de cambiar nuestra mirada sobre la sexualidad. Y también que tenemos necesidad de cambiar nuestra mirada sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Dos verdades evidentes. Antes que ninguna otra reflexión acerca del derecho del Papa a hablar, o acerca de qué cosas puede o no puede, o debe o no debe hablar, lo que se impone recordar es, SOBRE TODO, QUE LO QUE HA DICHO EL PAPA ES VERDAD. Es verdad para África y es verdad para nosotros. Es verdad para todo el que no se resigne a que nuestra sexualidad, ni nada en nuestra vida, sea como en la vida de los animales. Es verdad para todo el que no esté dispuesto a resignarse a que su futuro sea formar parte, solidaria y alegremente, del hormiguero universal, controlado por esa nueva casta de Grandes Hermanos que se multiplica como las setas. Hay una forma más bella, mejor y más humana de vivir la sexualidad. Hay una forma mejor, más bella y más humana de afrontar nuestra fragilidad y nuestra miseria, nuestra enfermedad y nuestra muerte. ¡Gracias, Santo Padre, por tener el valor de decirnos la verdad, a nosotros y a nuestros hermanos africanos! ¡Gracias por reclamarnos a todos a una vida de primera clase, a una vida verdadera y plenamente humana! ¡Millones de hombres pedimos al Señor todos los días para que no se canse, para que no ceda, para que el Señor le sostenga y siga siendo libre!


† Javier Martínez

Arzobispo de Granada