lunes, 29 de diciembre de 2008

LA FAMILIA, ESCUELA DE HUMANIDAD


Nota de los Obispos de la Subcomisión
para la Familia y la Defensa de la Vid
28 de diciembre de 2008

«La familia formadora de los valores humanos y cristianos». Este es el tema elegido para el sexto encuentro mundial de las familias que tendrá lugar en México del 14 al 18 de enero. El hilo conductor de este encuentro hace referencia a la familia como el camino que conduce al hombre a una vida en plenitud. Unidos a esta idea fundamental nos disponemos a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia con el siguiente lema: «La familia, escuela de humanidad y transmisora de la fe».

I. ESCUELA DE HUMANIDAD

a) Aprender a recibir el amor
«La familia es escuela del más rico humanismo»(1). Estas palabras del Concilio Vaticano II presentan a la familia como la morada donde el hombre aprende a ser hombre. Se trata, por tanto, del lugar en el cual se desarrolla la primera y más fundamental ecología humana, el ámbito natural y adecuado para que pueda desarrollarse el aprendizaje de lo verdaderamente humano. Así lo descubrimos a la luz de la Revelación del Hijo de Dios que elige la Sagrada Familia para crecer en su humanidad.

En el hogar familiar la persona reconoce su propia dignidad. Lejos de cualquier criterio de utilidad, en su familia el hombre es amado por sí mismo y no por la rentabilidad de lo que hace. Más allá de lo que pueda aportar por sus posesiones o por sus capacidades físicas, técnicas, intelectuales o las propias de su personalidad, la persona no es un medio al servicio del interés de otros; es un fin absoluto, amada por sí misma, de un modo fiel que permanece en el tiempo incluso con sus propias debilidades.

b) Aprender a acoger y acompañar la vida

La familia es el santuario de la vida donde cada miembro es reconocido como persona humana desde su concepción hasta su muerte natural y aprende a custodiar la vida en todos los momentos de su historia. La misión de acoger y acompañar la vida es una labor permanente de la familia. Sin embargo, esta misión adquiere una relevancia singular en este momento en que muchas familias son afectadas dramáticamente por la crisis económica y, sobre todo, cuando han sido anunciadas reformas legislativas que ponen en peligro la vida naciente y terminal: el aborto y la eutanasia.

• En la familia, escuela de solidaridad, compartimos los bienes y sostenemos fraternalmente a los miembros más necesitados. Y es en el hogar familiar donde, frente a la posesión de muchos bienes materiales inducida por un consumismo desmedido, aprendemos lo que es verdaderamente importante: el amor.

• En la familia se percibe que cada hijo es un regalo de Dios otorgado a la mutua entrega de los padres, y se descubre la grandeza de la maternidad y de la paternidad. El reconocimiento de la vida como un don de Dios nos urge a pedir que no se prive a ningún niño de su derecho a nacer en una familia, y que toda madre encuentre en su hogar, en la Iglesia y en la sociedad las ayudas necesarias para tener y cuidar a sus hijos.

• En la familia y en la comunidad cristiana se encuentra la razón para vivir y seguir esperando. Todos, incluidos los que sufren por enfermedad, soledad o falta de esperanza, pueden hallar en la familia y en la Iglesia la certeza de ser amados, y sobre todo la convicción del amor único e irrepetible de Dios que permanece más allá del pecado y de la muerte: «la verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando “hasta el extremo”, “hasta el total cumplimiento” (cf. Jn 13,1; 19,30)»(2).

c) Aprender a dar la propia vida

A través de las relaciones propias de la vida familiar descubrimos la llamada fundamental a dar una respuesta de amor para formar una comunión de personas. De esta manera, la familia se constituye en la escuela donde el hombre percibe que la propia realización personal pasa por el don de sí mismo a Cristo y a los demás, como advierte el Señor en el Evangelio: «porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará»(3). El eco de estas palabras del Señor resuenan en la enseñanza del Concilio Vaticano II: «el hombre, única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás»(4).

II. TRANSMISORA DE LA FE

La primera manifestación de la misión de la familia cristiana como iglesia doméstica es la transmisión de la fe(5).

La experiencia del amor gratuito de los padres que ofrecen a los hijos la propia vida de un modo incondicionado, prepara para que el don de la fe recibido en el bautismo se desarrolle adecuadamente. Se dispone así a la persona para que pueda conocer y acoger el Amor de Dios Padre manifestado en la entrega de su Hijo, y construir la vida familiar en torno al Señor, presente en el hogar por la fuerza del sacramento del matrimonio.
E

n la familia cristiana descubrimos que formamos parte de una historia de amor que nos precede, no sólo por parte de los padres y abuelos sino, de un modo más fundamental, por parte de Dios según se ha manifestado en la historia de la salvación.

En la familia cristiana se descubre la fe como una verdad en la que creer, la verdad del Amor de Dios que implica la respuesta de toda la persona. Encontramos así la vocación propia de todo hombre, la llamada a entregar a Dios la propia vida.

En el hogar cristiano se descubre la fe como verdad que se ha de celebrar introduciendo a cada miembro en la vida de los sacramentos que acompañan los acontecimientos más fundamentales de la historia familiar. De un modo central la Eucaristía, porque hace presente la entrega esponsal de Cristo en la Cruz y enseña e impulsa a dar la vida por amor incluso en los momentos de dificultad o sufrimiento.

En la familia cristiana se descubre la fe como una verdad que se ha de vivir y, por lo tanto, que se ha de practicar en la vida, orientando y configurando la actuación concreta de cada miembro de la familia.

III. CONCLUSIÓN

Que la familia se constituye en la primera y más fundamental escuela de aprendizaje para ser persona es un hecho originario y, por lo tanto, insustituible. Así lo descubrimos a la luz del misterio del nacimiento del Hijo de Dios que contemplamos en la Navidad. La familia es el lugar elegido por Jesucristo para aprender a ser hombre: “el niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él”(6); es el reflejo en la tierra del misterio de Comunión eterna que Él vive en el seno de la Santísima Trinidad.

Rogamos a la Sagrada Familia que el encuentro mundial de las familias suponga una fuerte efusión del Espíritu para que Cristo sea la piedra angular sobre la que se construye el hogar cristiano. Nuestra oración se dirige especialmente a las madres que encuentran serias dificultades para dar a luz a sus hijos, a los ancianos y enfermos que ven mermada su esperanza y a los hogares que están sufriendo los efectos de la actual situación económica.

Rogamos también por los frutos de la especial celebración de la fiesta de la Sagrada Familia que por segunda vez tendrá lugar este año en Madrid con la intervención del Papa a través de la televisión.

Que el hogar de Nazaret sea la luz que guíe la vida de nuestras familias para que sean escuelas de humanidad y transmisoras de la fe.



NOTAS

(1) Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy Gaudium et spes, 52.
(2) Benedicto XVI, Spe salvi, 27.
(3) Lc 9, 24.
(4) Gaudium et spes, 24. De esta manera, la familia es la escuela en la que se forja la libertad orientada por la verdad del amor: «la libertad se fundamenta, pues, en la verdad del hombre y tiende a la comunión» (Veritatis splendor, 86).
(5) Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la pastoral familiar de la Iglesia en España, 66.
(6) Lc 2, 40



domingo, 28 de diciembre de 2008

Nota de los Obispos de Andalucía ante el proceso de la muerte


Promover o permitir la muerte

La Iglesia, no cesa de proclamar el “Evangelio de la Vida”. Son innumerables las personas y las instituciones de la Iglesia dedicadas a los enfermos y ancianos necesitados del calor humano y de la asistencia necesaria hasta el último momento de la vida. Hoy como siempre, la Iglesia quiere llevar el amor y la misericordia a cuantos sufren y padecen una enfermedad incurable, viéndose paulatinamente abocados a un proceso irremisible e inminente de muerte natural.

I.- A favor de la muerte buena y digna
El sentido de la muerte se ilumina a la luz del destino trascendente del hombre, que la razón intuye planteando la pregunta por el sentido del dolor y de la muerte. La muerte y la resurrección de Jesús iluminan el sentido del dolor, desvelan la victoria definitiva de la vida sobre la muerte, llenando el corazón inquieto del hombre de esperanza.

Morir con dignidad es parte constitutiva del derecho a la vida y significa vivir humanamente la propia muerte. La muerte no es un fenómeno pasivo que ocurre en nosotros y frente al cual no podemos hacer nada. La muerte es un acto humano en el que la libertad puede intervenir de alguna manera. La muerte no es sólo un acto médico. Es además un acontecimiento personal y social.

La importancia y el significado de la muerte exigen una fundada reflexión, que la integre en el misterio de la vida y busque su dignidad en el marco de un humanismo que sea fiel a la verdad del ser humano. En este sentido, a la luz de la razón e iluminados por la fe, cumplimos el deber pastoral de recordar a los sacerdotes, a los católicos y cuantos quieran escuchar con la mejor voluntad la voz de la Iglesia, siempre en favor del hombre y de su dignidad. Con ello, deseamos contribuir al bien de las personas y de la sociedad ante el deber de promover la vida hasta su muerte natural y de recorrer el camino de la humanización del morir.

II.- Una luz antropológica
Cristo, en efecto, revela en su vida, muerte y resurrección el sentido y el misterio del ser humano y su dignidad, que ya la razón descubre en la inquietud permanente del corazón que aspira a la vida sin fin y la felicidad plena, orientando su vocación trascendente. La dignidad del hombre tiene su fundamento último en haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, su Creador (cf Gn 1,26-27). Por eso, la vida humana vale por sí misma.

Todo hombre representa una novedad, es único e irrepetible. La vida es un bien fundamental del hombre que no está a su disposición. La vida humana vale por sí misma, tiene una dignidad y un valor que le acompaña siempre. No es un objeto, es siempre un don del Creador.

El hombre es un ser relacional. La vida humana, además de su vertiente individual y personal, también tiene otra social de innegable trascendencia. Ninguna persona es totalmente autónoma. La vida humana no sólo es un bien personal, sino también un bien social, de tal forma que atentar contra la vida supone una ofensa a la justicia.

III.-Principios de humanización del proceso de la muerte

1.- La dignidad de la persona no se funda nunca en la calidad de vida ni en el bienestar de que pueda disfrutar, ni tampoco en su utilidad social, sino que reside en el propio ser y condición de la persona. La calidad de vida no se debe concebir en función de una propiedad o característica de la persona, ya que todas las vidas humanas tienen igual valor. Todas las personas son igualmente dignas y, dicha dignidad, la tienen a lo largo de toda su vida. La dignidad no se corresponde con la mera percepción subjetiva del valor que uno se pueda dar a sí mismo ni del valor que los demás puedan concederle, sino que se funda en el carácter personal del ser humano, que le dota de libertad y capacidad de juicio y decisión responsable para el bien y el mal, dando alcance moral a sus actos.

2.- La eutanasia entendida como una acción u omisión con la intención de anticipar la muerte, así como una opción voluntaria, consciente y libre de suicidio es una ofensa a la propia dignidad de la persona. El principio de autonomía nunca puede justificar la supresión de la vida propia o ajena. La autonomía exige la responsabilidad del individuo, que es libre para hacer el bien según la verdad de su existencia; ésta afirma que la vida la ha recibido como un don y no es dueño absoluto de la misma.

Se puede hablar de eutanasia activa y de eutanasia por omisión, según se trate de una intervención para anticipar la muerte (una inyección letal) o de la privación de una asistencia todavía válida y debida. La eutanasia pasiva no se puede confundir con la eutanasia por omisión, son realidades distintas. A veces es necesario ser pasivo, es decir, no llevar a cabo intervenciones desproporcionadas, pero no es lícito omitir los cuidados debidos. El rechazo de un tratamiento proporcionado, ordinario y eficaz, en nombre de la autonomía del paciente es siempre un atentado a la vida.

3.- Ante la cercanía de una muerte inevitable e inminente, es lícito tanto al enfermo como a sus deudos o personas responsables por parentesco o ley decidir en conciencia sobre la conveniencia de renunciar a terapias inútiles y desproporcionadas que aumentan el sufrimiento y sólo consiguen prolongar artificialmente una agonía sin esperanza. Se ha de procurar hacer disponibles las terapias proporcionadas sin utilizar ninguna forma de ensañamiento u obstinación terapéutica.

Dado que existe gran diferencia ética entre «provocar la muerte», que rechaza y niega la vida y «permitir la muerte inevitable», que, en cambio, acepta su fin natural, es ético, ante tratamientos fútiles e inútiles, limitar el esfuerzo terapéutico, que no se identifica con la eutanasia por omisión.

También se ha de tener claro que el enfermo en estado vegetativo, en espera de su recuperación o de su fin natural, tiene derecho a una asistencia sanitaria básica. La suministración de agua y alimento, incluso cuando hay que hacerlo por vías artificiales hay que considerarlo ordinario y proporcionado, salvo en casos excepcionales de incapacidad de asimilación que haría inútil su suministro.

4.- Tratamiento del dolor y cuidados paliativos. Es necesario instaurar terapias paliativas que tengan en cuenta el derecho de todo enfermo a no sufrir inútilmente. Por ello, hay que garantizar el tratamiento contra el dolor y los síntomas que acompañan a la enfermedad incurable. Asimismo, no es lícito moralmente privar al enfermo de una atención espiritual que le lleve a encontrar la serenidad y la paz que le ofrece la fe máxime, si el enfermo es una persona bautizada que en ningún momento ha renunciado explícitamente a los auxilios espirituales de la fe, lo que vale además para las personas que profesen otra religión.

Se debe tutelar la autonomía y el respeto de la dignidad, satisfaciendo el derecho a ser informado, a conocer la verdad y a participar en las decisiones que afecten a los cuidados que se le han de aplicar. En este contexto, reconocer el derecho del paciente a rehusar un determinado tratamiento, sin que ello pueda entenderse como derecho a atentar contra la propia vida con la asistencia del personal sanitario, ni a una arbitrariedad subjetiva, ni a convertir a los médicos en autómatas a las órdenes de los pacientes.

Finalmente, garantizar las formas de asistencia a domicilio, el apoyo psicológico y espiritual de los familiares y de los profesionales, que puedan transmitir la convicción de que cada momento de la vida y cada sufrimiento se pueden vivir con amor y son muy valiosos ante los hombres y ante Dios.

Conclusión
Estos principios que acabamos de recordar pertenecen al magisterio perenne de la Iglesia, expresado en documentos tan importantes como la Declaración sobre la eutanasia (1980), de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el documento del Consejo Pontificio «Cor unum» Cuestiones éticas relativas a los enfermos graves y a los moribundos (1981), la encíclica Evangelium Vitae (1995) del Papa Juan Pablo II, la Carta a los agentes sanitarios, del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud (1995) y la Declaración de la Conferencia Episcopal Española, La eutanasia es inmoral y antisocial (2008). Todas ellas responden a la misión que tiene encomendada la Iglesia de ser fiel al mandato de anunciar con fuerza el Evangelio de la vida, actualizando en la historia la mirada de amor de Dios al hombre, sobre todo cuando es débil y sufre.

28 de Diciembre de 2008
Festividad de la Sagrada Familia