Frente
a la educación tradicional que convertía a la memoria en la reina de la clase,
la enseñanza basada en el pensamiento (Thinking Based Learning,) ayuda a los
alumnos a reflexionar sobre los contenidos que aprenden y a relacionarlos con
su experiencia
entrevista
de Juan Messeguer a Robert Swartz, pionero de la enseñanza del conocimiento /
www.aceprensa.com / jueves 18 de abril de 2013
Frente a la educación tradicional que convertía a la memoria en la
reina de la clase, la enseñanza basada en el pensamiento (Thinking Based
Learning, TBL) ayuda a los alumnos a reflexionar sobre los contenidos que
aprenden y a relacionarlos con su experiencia diaria. Desde que fundó el National Center for Teaching Thinking en 1989, Robert Swartz, profesor emérito
de la Universidad de Massachusetts y doctor en filosofía por la Universidad de
Harvard, ha
llevado su metodología a más de una decena de países. Le hemos
entrevistado con motivo de su última visita a España. Actualmente, el National
Center for Teaching Thinking desarrolla programas de formación en más de diez
países con sistemas educativos muy diferentes: Estados Unidos, Jordania, Arabia
Saudí, Emiratos Árabes, Chile, Nueva Zelanda, Australia, Malasia, Irlanda del
Norte, India, Hong Kong, Singapur, Israel, Argentina… En España, quince
colegios (nueve concertados, cuatro privados y dos públicos) han puesto en
práctica la metodología TBL y dos más lo harán próximamente.
Los
colegios que incorporan esta metodología reciben formación de profesionales del
National Center for Teaching Thinking (en España hay una sede). Estos enseñan a
los profesores de cada colegio destrezas de pensamiento que pueden ser
aplicadas en cualquier asignatura. Después ellos se encargan de enseñar a sus
alumnos las técnicas y habilidades que han aprendido.
Gracias
a estas destrezas, los estudiantes no se limitan a copiar apuntes y a
memorizarlos. Ahora, además, tendrán que aprender a relacionar lo que aprenden
en el aula con lo que viven en su día a día. En este sentido, la metodología
TBL favorece la alianza entre escuela y vida cotidiana.
La
práctica de pensar hace al pensador
Sabemos
que se pueden enseñar conocimientos de lengua, matemáticas, arte, biología,
literatura, historia… Pero ¿se puede enseñar a pensar?
Sí.
La experiencia de los últimos 40 años nos muestra que se han desarrollado
herramientas efectivas para ayudar a los alumnos a mejorar su forma de pensar.
Todo el mundo piensa, pero no todo el mundo piensa tan cuidadosamente como
podría. Mucha gente piensa con prisa, sin considerar cuestiones importantes que
pueden determinar el sentido de sus decisiones. También hay quienes piensan de
forma estrecha, sin tener en cuenta factores relevantes como el impacto que
pueden tener sus decisiones en los demás o los efectos a largo plazo de esas
decisiones.
Desplegamos
nuestra capacidad de pensar en situaciones cotidianas: al tomar decisiones; al
enfrentarnos a problemas; al hacer predicciones; al escuchar los argumentos de
los demás; al buscar nuevas ideas y soluciones distintas; al valorar la
fiabilidad de una fuente de información… Por eso, necesitamos enseñar a pensar
para desenvolvernos mejor en la vida.
Esto
lo conseguimos enseñando destrezas de pensamiento que están al alcance de
cualquiera. En este sentido, pensar es como jugar al fútbol, tocar un
instrumento o incluso bailar. Mucha gente hace todas estas cosas, aunque no
siempre con buenos resultados. Pero hay algunos que aprenden a hacerlo bien y
otros de forma brillante. Sus profesores de fútbol, música o baile les enseñan
técnicas que luego ellos practican. Y es a través de la práctica como llegan a desarrollar
la capacidad de hacer mejor esas actividades. No creo que pensar sea algo
diferente. Cualquiera puede convertirse en un buen pensador.
Mentes
abiertas, decisiones pausadas
El
buen pensador aprende a usar habilidades de pensamiento específicas ante las
variadas situaciones que se le plantean a lo largo del día. Aunque hay muchas,
destaco cuatro: aprender a tomar decisiones; a resolver problemas; a pensar de
forma creativa; y a juzgar la fiabilidad de una fuente de información. Cuando
no adquirimos estas habilidades, salimos perdiendo. Por ejemplo, sin el
pensamiento creativo que nos impulse a buscar nuevas soluciones acabamos
aferrados a rutinas que nos aburren y que son poco efectivas.
La
clave para desarrollar estas destrezas es hacerse preguntas que nos lleven a
respuestas adecuadas. Antes de tomar una decisión o de resolver un problema,
cualquier estudiante puede preguntarse: ¿cuáles son mis opciones?, ¿cuáles
serían las consecuencias positivas y negativas si yo actuara de esta manera? Basta
hacerse una lista de preguntas decisivas y contestarlas para intentar encontrar
una respuesta. Los profesores pueden ayudar a desarrollar este hábito a los
alumnos para que lleguen a hacerlo de forma natural.
Está
claro que no siempre tendremos respuestas ni podremos adivinar las
consecuencias de nuestras decisiones. Ahí entra en juego la humildad para
reconocer que no tenemos la solución perfecta o que tomamos decisiones de las
que no estamos seguros. Pero entonces actuaremos con los ojos abiertos,
atentos, y no de forma atolondrada.
Cuando
buscamos soluciones a problemas, a menudo no se nos ocurren más que una o dos
cosas. Pero si enseñamos a los alumnos a ejercitarse en la tormenta de ideas
obrainstorming, es probable que generen ideas originales. Así los alumnos
desarrollan una mente abierta, y llegan a convertirse poco a poco en pensadores
creativos.
Escuela
y vida van de la mano
¿Qué
entiende por pensamiento “creativo” y “crítico”?
Son
dos facetas complementarias. El pensamiento creativo supone generar ideas
nuevas, originales y distintas a las que habitualmente tenemos. Una idea
novedosa para mí puede ser una idea trillada para otros, pero eso no resta
méritos a mi creatividad. Por supuesto, el valor añadido aparece cuando genero
una idea que nadie más ha tenido. El pensamiento crítico me lleva a juzgar si
una idea es buena; es decir, si merece ser aceptada. Para valorar esto,
necesito pruebas y razones de que la idea puede funcionar.
Por
ejemplo: si me planteo qué voy a hacer estas vacaciones, puedo evitar
complicarme demasiado la vida y limitarme a seguir la inercia de lo que he
hecho en los últimos 10 años. Pero también puedo plantearme nuevos retos que
hasta ahora nunca había considerado: rediseñar mi cocina, ponerme en forma,
aprender arqueología… Después tendré que pensar si esas actividades serán
provechosas para mí, analizando las ventajas y los inconvenientes: ¿cuánto
costará la nueva cocina?, ¿me compensa dedicar la semana de vacaciones a
ponerme en forma? Estas preguntas me ayudarán a discernir si he tenido una idea
valiosa o si debo desecharla.
Una
falsa dicotomía
En el
libro La escuela que necesitamos, recién traducido al español, E.D. Hirsch
critica las teorías pedagógicas que ponen el énfasis en el proceso de
aprendizaje antes que en los conocimientos. Admite que las metodologías y las
estrategias de aprendizaje pueden ser útiles para afrontar problemas de la vida
diaria. Pero, a su juicio, más importante que eso es elevar el nivel de
conocimientos de los alumnos. Supongo que no le entusiasma esta opinión…
Hirsch
crea una falsa dicotomía. Si integras las destrezas de pensamiento en los
contenidos del plan de estudios en lugar de enseñarlas como una materia
independiente y si, además, ayudas a los alumnos a usar esas estrategias para
que reflexionen sobre lo que están aprendiendo, no solo adquirirán
conocimientos sino que los asimilarán y entenderán mejor, los usarán bien y los
retendrán más allá del día del examen.
Sus
propuestas educativas, ¿no presuponen unos alumnos muy motivados? No solo se
les exige que adquieran conocimientos –lo cual ya es un verdadero reto– sino
también que reflexionen sobre ellos.
No.
Cualquier estudiante puede mejorar su forma de pensar y de aprender. He
comprobado esto después de haber trabajado con cientos de profesores y escuelas
durante más de 30 años. De hecho, las investigaciones que se han realizado
muestran que son precisamente los peores alumnos los que hacen más progresos.
Lo
que yo recomiendo a profesores y escuelas es que desarrollen una estructura que
les permita integrar en los contenidos la enseñanza basada en el pensamiento.
Esto supone un cambio en la forma de enseñar y de organizar las aulas. A
diferencia de lo que ocurría en la enseñanza tradicional, la metodología TBL
convierte a los alumnos en los protagonistas de su aprendizaje; les impulsa a
mantenerse activos, mientras los profesores les incentivan y les orientan en
lugar de simplemente repetir una lección.
En
uno de los colegios que ha incorporado nuestra metodología se preguntó a los
alumnos de una clase que investigaran qué fuente de energía era la más rentable
para su país. Ellos se lanzaron a recopilar información sobre las ventajas e
inconvenientes, hicieron una tormenta de ideas… Los peores estudiantes siempre
se implican en este tipo de actividades y aumenta su motivación para aprender,
que suele ser muy baja en la enseñanza tradicional.
En
España casi todos los colegios en los que han implantado su metodología son
privados o concertados. ¿Ocurre lo mismo en los demás países en donde trabajan?
En
Zaragoza, el Centro de Profesores y Recursos Juan de Lanuza ha puesto en marcha
talleres para difundir esta metodología en la enseñanza pública. Los profesores
de dos colegios públicos de esa ciudad ya imparten destrezas de pensamiento. En
otras ciudades, varias escuelas públicas se han interesado por nuestra
metodología.
No he
notado diferencias ni en el interés ni en la forma en que la aplican, aunque a
veces en los institutos se dan algunos problemas específicos. Uno de ellos es
la financiación. En tiempos de austeridad, algunas escuelas necesitan contratar
sustitutos para que los profesores puedan asistir a nuestros talleres.
Además,
en algunos países he visto que los profesores de la escuela pública mostraban
mucho interés por nuestra metodología, mientras el ministerio de Educación
correspondiente era reacio. Así nos ocurrió en Singapur a finales de los
noventa o en Chipre a mediados de la década de 2000.
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