Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
5 de junio de 2013
www.religionenlibertad.com
Hoy quiero centrarme en el tema del medio ambiente,
como ya he tenido ocasión de hacerlo en varias ocasiones. Me lo sugiere el Día
Mundial del Medio Ambiente que celebramos hoy, patrocinado por las Naciones
Unidas, que lanza un fuerte llamamiento a de la necesidad de eliminar los
desperdicios y la destrucción de los alimentos.
Cuando hablamos de medio ambiente, de la creación, mi
pensamiento se dirige a las primeras páginas de la Biblia, al Libro del
Génesis, donde se afirma que Dios puso al hombre y a la mujer en la tierra para
que la cultivaran y la cuidaran (cf. 2:15).
Y me pregunto: ¿Qué significa cultivar y cuidar la
tierra? ¿Realmente estamos cultivando y resguardando lo creado?, ¿o lo
estamos explotando y descuidando? El verbo 'cultivar' me recuerda la
atención que el agricultor tiene por su tierra, para que dé frutos, y éstos
sean compartidos: ¡cuánta atención, pasión y dedicación!
Cultivar y cuidar la creación es una indicación de
Dios dada no sólo al principio de la historia, sino a cada uno de nosotros; es
parte de su proyecto; significa
hacer crecer el mundo con responsabilidad,
transformarlo para que sea un jardín, un lugar habitable para todos.
Y Benedicto XVI ha recordado en varias ocasiones que
esta tarea, confiada a nosotros por Dios Creador, requiere que se capte el
ritmo y la lógica de la creación. Nosotros, en cambio, a menudo llevados por la
soberbia del dominio, del poseer, de manipular, de explotar, no
'custodiamos la creación', no la respetamos, no la consideramos como un don
gratuito que debemos cuidar. Estamos perdiendo la actitud de la admiración, de
la contemplación, de la escucha de la creación; y por lo tanto ya no somos
capaces de leer lo que Benedicto XVI llama 'el ritmo de la historia de amor
entre Dios y el hombre.' ¿Por qué sucede esto? Porque pensamos y vivimos
de una manera horizontal, nos hemos alejado de Dios, no leemos sus signos.
Pero 'cultivar y cuidar' incluye no sólo la relación
entre nosotros y el medio ambiente, entre el hombre y la
creación, sino que
comprende también las relaciones humanas.
Los Papas han hablado de ecología humana,
estrechamente vinculado a la ecología ambiental. Estamos viviendo un momento de
crisis; lo vemos en el ambiente, pero sobre todo lo vemos en el hombre. ¡La
persona humana está en peligro! – esto es cierto ¡hoy la persona humana está en
peligro! ¡He aquí la urgencia de la ecología humana!
Y el peligro es grave porque la causa del problema no
es superficial, sino profunda: no es sólo una cuestión de economía, sino de
ética y de antropología. La Iglesia lo ha subrayado tantas veces. Y muchos
dicen: sí es justo, es verdad... pero el sistema sigue como antes, porque las
que dominan son las dinámicas de una economía y de una finanza que carecen de
ética.
El que manda hoy no es el hombre, es el dinero, el
dinero. El dinero manda.
Dios, nuestro Padre ha dado la tarea de custodiar la
tierra, no el dinero. Sino de custodiarnos, a los hombres y las mujeres.
Tenemos este deber. Por lo tanto, hombres y mujeres son sacrificados a los
ídolos de la ganancia y del consumo: es ‘la cultura del descarte’.
Si se estropea un ordenador es una tragedia, pero la
pobreza, las necesidades y los dramas de tantas personas acaban entrando en la
normalidad... Si una noche de invierno, aquí cerca - en la plaza Ottaviano, por
ejemplo, muere una persona, esa no es una noticia. Si en tantas partes del
mundo hay niños que no tienen qué comer, esa no es una noticia, parece normal.
¡Esto no puede ser! Y estas cosas entran en la normalidad.
Que algunas personas sin techo se mueran de frío en la
calle, no es noticia. Por el contrario, por ejemplo, una bajada de diez
puntos en las bolsas de algunas ciudades, eso sí se vuelve una
tragedia. La persona que muere no es noticia, pero si las bolsas bajan
diez puntos, es una tragedia. De este modo, las personas son descartables,
nosotros las personas somos descartables, como desechos.
Esta 'cultura del descarte' tiende a convertirse en
mentalidad común, que contagia a todos. La vida humana, la persona ya no se
perciben como un valor primordial que ha de ser respetado y protegido,
especialmente si son pobres o discapacitados, si aún no sirve -como el niño que
está por nacer- o ya no es necesario -como los ancianos.
Esta cultura del descarte nos ha hecho insensibles
incluso a los desperdicios, a los residuos de los alimentos, que es aún más
despreciable, cuando en todo el mundo, por desgracia, muchas personas y
familias sufren hambre y desnutrición. En el pasado, nuestros abuelos eran muy
cuidadosos de no tirar nada de los restos de comida.
El consumismo nos ha habituado tanto a lo superfluo y
al desperdicio de la comida diaria, que a veces ya no somos capaces de dar el
justo valor, que va mucho más allá de los simples parámetros económicos.
¡Recordemos bien, sin embargo, que la comida que se
tira es como si fuera robada de la mesa de los pobres y de los hambrientos!
Invito a todos a reflexionar sobre el problema del desperdicio y del derroche
de los alimentos y buscar los medios que, abordando seriamente esta
problemática, sean un vehículo de solidaridad y de compartir con los más
necesitados.
Hace unos días, en la fiesta del Corpus Christi, hemos
leído la historia del milagro de los panes: Jesús da de comer a la multitud con
cinco panes y dos peces. Y la conclusión del pasaje es importante: ' Todos
comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas'. (Lc
9:17) ¡Jesús pide a sus discípulos que no se pierda nada: que no haya
desperdicios!
Y hay este hecho de las doce cestas: ¿Por qué doce?
¿Qué quiere decir esto? Doce es el número de las tribus de Israel,
simbólicamente representa a todo el pueblo. Y esto nos explica que cuando
la comida se comparte de manera justa, solidaria, no se priva a nadie de lo
necesario, cada comunidad puede satisfacer las necesidades de los más
pobres. La ecología humana y la ecología ambiental caminan juntas.
Quisiera, pues, que tomásemos todos el serio
compromiso de respetar y proteger la creación, de estar atentos con todas las
personas, de contrarrestar la cultura de los desperdicios y de descarte, para
promover una cultura de la solidaridad y del encuentro. ¡Gracias!
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