Muchos
niños y adolescentes están sufriendo una nueva forma de acoso (bullying) que
consiste en el temor a ser rechazados por el grupo porque no van a la última,
porque no visten ciertas marcas o no tienen el iPhone de ultimísima generación.
Artículo
de Carlos Goñi y Pilar Guembe / www.aceprensa.com /miércoles 21 de noviembre de
2011
Muchos
niños y adolescentes están sufriendo una nueva forma de acoso (bullying) que
consiste en el temor a ser rechazados por el grupo porque no van a la última,
porque no visten ciertas marcas o no tienen el iPhone de ultimísima generación.
A ese miedo a sentirse excluido por no dar la talla en un ambiente
hiperconsumista, los ingleses le llaman brand bullying.
El
fenómeno ha sido revelado por un estudio llevado a cabo por Unicef sobre la
vida familiar en Reino Unido. Allí, según El País (21-11-2011), se hace “una
radiografía de unos padres que sucumben a las demandas de tecnología, ropa o
zapatillas deportivas de las marcas con más estatus, en un esfuerzo por
proteger a sus retoños de un entorno hiperconsumista”.
Deberíamos
dar a los hijos menos cosas materiales y más bienes intangibles, como el
tiempo, la dedicación, el afecto, la educación
En
esta carrera por estar a la altura o por seguir el ritmo de consumo que exige
la sociedad, muchos padres se dejan la piel y caen en la trampa consumista. De
manera sagazmente planeada, la escotilla se convierte en un círculo vicioso, de
manera que hay que trabajar más para poder consumir más y hay que consumir más
porque el exceso de trabajo quita tiempo, y la falta de tiempo genera, como un
efecto de compensación, el consumo. La necesidad de consumir se debe muchas
veces a un déficit afectivo que tiene su causa en la necesidad de consumir. El
círculo se mueve a una velocidad vertiginosa.
Es
una realidad que la están viviendo muchos niños y adolescentes: necesitan tener
para ser aceptados; para ellos, las marcas marcan, y carecer de lo que “todos”
disponen les convierte en carne de bullying. Una vez inmersos en la rueda del
frenesí consumista, les va a resultar muy difícil salir, porque les hemos dado
gato por liebre: juguetes por tiempo y cosas por afecto. Hemos querido suplir
con alta tecnología nuestra baja cuota de dedicación familiar.
También los padres
Pero
los padres también somos víctimas del consumismo, también nos ha atrapado en
sus redes, nos ha metido en su rueda. Ahora bien, los hijos sufren directamente
las consecuencias, podríamos decir que ellos están en la calle y deben
enfrentarse a un mundo en el que prima el principio del “vales lo que tienes”,
la “regla del iceberg”: si no despuntas te quedas sumergido, es decir, que
simplemente no puedes respirar. Una sociedad montada sobre el consumismo, que
además está sufriendo una fuerte crisis económica, tiene que romper por alguna
parte. La forma más violenta la vimos en el mismo Londres este verano: jóvenes
y adolescentes asaltando tiendas.
Ernst
Schumacher decía en los años 1970 que la virtud que más necesita nuestra
sociedad es la sobriedad. En efecto, en un ambiente hiperconsumista como el que
nos envuelve, mucho más extremo que hace cuarenta años, la sobriedad es la
mejor vacuna. Quizá de lo que más necesidad tenemos hoy día es de carecer. Por
eso, no estaría de más que diéramos menos a nuestros hijos, menos cosas
materiales y más bienes intangibles, esos que no pesan pero que dan peso
personal, como el tiempo, la dedicación, el afecto, la presencia, la educación,
etc.
El
error de muchos padres es que atienden a los deseos y caprichos de sus hijos,
cuando lo que deben hacer es atender a sus necesidades, materiales y afectivas.
Si hacemos lo primero, estamos comprando boletos para que se conviertan en
déspotas caprichosos; si lo segundo, invertimos en activos convertibles en
oportunidades para crecer y madurar.
Para
prevenir a nuestros hijos del nuevo bullying podemos comenzar predicando con el
ejemplo. Si nosotros estamos atrapados en la rueda del consumismo, si la
excursión familiar del fin de semana consiste en visitar unos grandes
almacenes, si sólo hablamos de qué coche me gustaría tener, del próximo
teléfono móvil o de “mira fulanito qué casa tiene”, estaremos metiendo a
nuestros hijos en un remolino que los absorbe hacia un agujero sin fondo.
Consumamos cariño, sentido del humor, ganas de hacer bien las cosas, exigencia,
alegría… y evitaremos que ellos queden consumidos por el consumismo.
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