Las series televisivas son hoy las ficciones más influyentes, continuación de los grandes relatos de la literatura popular. Por eso es interesante ver cómo reflejan los distintos papeles en la familia, en un mundo en que la figura del padre está desvaída.
reportaje
de Cristina Abad / www.scriptor.com
Vivimos la edad de oro de la ficción televisiva. Nunca hasta ahora
se había producido tal eclosión de series de televisión y, lo más curioso, en
muchos casos sin televisor y sin serialidad en el visionado. Internet se ha
convertido en el catalizador, capaz de acelerar, inducir y propiciar la
creación y la recepción de las historias de siempre.
Porque,
¿qué son al fin y al cabo las series sino la continuación de los grandes
relatos de la literatura popular que han fascinado al público desde los albores
de la humanidad? Nos gusta que nos cuenten historias porque nos gusta que nos
cuenten nuestra propia historia.
Personalidades
del mundo académico, creativos de series y apasionados de la ficción televisiva
han discutido sobre la figura del padre en la ficción seriada, en el marco de
un congreso celebrado en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma
(PUSC) entre los días 22 y 23 de abril.
No
podemos saber qué pensaría Aristóteles del detective Kurt Wallander, personaje
creado por el escritor sueco Henning Mankell y protagonizado por Kenneth
Branagh para la serie Wallander de la BBC, expresión del género “nordic noir”.
Según el profesor Juan José García-Noblejas, el estagirita reconocería las
reglas de la mímesis que estableció en su Poética: “La actividad de mimetizar
es propia de la naturaleza humana, porque en ese proceso aprendemos a conocer,
también a conocer el mal”.
“Wallander
–explica el profesor de Teoría General de la Comunicación de esta Universidad–
es un buen policía pero no es buen hijo, ni buen esposo, ni buen padre. Tiene
un gran desconcierto respecto de la sociedad en la que vive y se esfuerza en
batallar por la piedad respecto de su padre y busca ser acreedor de honor por
parte de su hija, las dos grandes tendencias de la ética social”.
Fronteras
borrosas
¿No
es acaso esta nuestra propia historia? Costanza Miriano, periodista de la RAI y
escritora, pone el dedo en una de nuestras llagas contemporáneas: “Las
fronteras entre el bien y el mal se vuelven borrosas, también los roles
padre-madre tienden a uniformarse. Antes la madre protegía y el hombre marcaba
el camino. Hoy no hay jerarquía interna, ni autoridad”.
Y el
director de la revista de crítica cinematográfica y televisiva Fila Siete y
profesor del Centro Universitario Villanueva, Alberto Fijo, como el cirujano
que entra en el quirófano, examina esas manifestaciones de la enfermedad a la
luz de un texto de Juan Orellana: “Una de las características evidentes de
nuestra civilización posmoderna es el cambio de rol de la
figura paterna, o más bien su progresiva disolución y difuminación”.
figura paterna, o más bien su progresiva disolución y difuminación”.
Para
concluir, Mons.Luis Romera, rector de la PUSC, con un diagnóstico de
disfunción: “Según Bauman, la autonomía da derechos que no podemos vivir de
hecho porque el ser humano no es autónomo. El padre es la figura que da la
vida, que protege, que trasmite el gran valor de lo humano: el que abre el
espacio de la libertad. Cuando se cae en el paternalismo o en el autoritarismo,
entra en crisis”.
En
ese arco de posibilidades y en la ausencia del padre encontramos a muchos de
los protagonistas de la ficción televisiva actual.
Paternidades
periféricas y vicarias
Fijo
ve la figura del padre en las series como recurso más que como tema, como pilar
sobre el que se construye las aventuras del “héroe”, en particular en la
serialidad británica contemporánea.
Downton
Abbey, Luther, The Hour tienen en común ser series “vivas”, emitidas en abierto
por cadenas públicas y con guionistas británicos que han dado el salto al cine.
“Ese héroe es el hijo que no tiene padre o que ha perdido la relación con él o
que la tiene, pero tremendamente desvirtuada –asegura–. Matthew Crawley y John
Luther no tienen padre. Freddie Lyon lo tiene pero se trata de lo queda de un
padre”.
“Paternidad
periférica hay, y mucha, en The Hour –continúa–. Freddie Lyon pierde tres
padres (el suyo, Clarence y Lord Elms), juguetes rotos en un guiñol donde los
que manejan los hilos son personajes por así decirlo sin familia, absolutamente
consagrados a la maquinación. El protagonista de Luther no se hace a la idea de
estar sin su mujer. Esquizoide, abrumado por el mal, se enfrenta a él y se
rompe, porque no tiene donde reponerse. Su refugio, su medicina, será cuidar de
los demás, en una suerte de paternidad vicaria: hacer las veces de padre de
gente que o no lo tiene o lo ha eliminado de su vida”.
“Robert
y Matthew, las figuras paternas en Downton Abbey, son la tradición, en dos
estadios evolutivos. La modernidad les afecta, una modernidad que rebota en el
frontón femenino. Celos, lealtad, soberbia, venganza, perdón se ponen en marcha
con el concurso de personajes masculinos que el guionista Julian Fellowes
modela con mucha habilidad, convirtiéndolos en reactivos que hacen cambiar a
las mujeres”.
El
padre que cae
Precipitándose
como esposos y padres, y con gran sentimiento de culpabilidad, tenemos a los
personajes principales de las series de cable estadounidenses. Según Paolo
Braga, profesor de la Università Cattolica del Sacro Cuore, Mad Men, Breaking
Bad e In Treatment tienen en común que se transmiten por canal de pago, tienen
un padre por protagonistas y están basados en un esquema dramático común: la
crisis de la edad del personaje principal que tiene o comienza una doble vida.
En el origen de esta fórmula encontramos Los Soprano (HBO, 1999). Más atrás
toda una tradición de ficción televisiva basada en la crisis existencial que
bebe de un patrimonio de la literatura contemporánea, “de Salinger a Carver y
Cheever, a través de Miller y Mamet”.
“Mad
Men no es una serie enteramente dedicada al tema de la paternidad –dice Paolo
Braga–, pero esta cuestión se encuentra cerca del corazón de la historia”. “Don
Drapper es un padre desprovisto de puntos de referencia. Un hombre que tiene
una hermosa familia y éxito en el trabajo, pero que está cayendo en picado”,
como bien expresa la presentación del personaje en caída libre desde un
rascacielos de Madison Avenue. La serie trata de las expectativas: “El choque
entre lo que quiero y lo que quieren de mí”. La publicidad es la concreción en
la serie de expectativas metafóricas de los demás y el humo de los
omnipresentes cigarrillos simboliza esta tensión no resuelta entre las
expectativas internas y externas.
Mr.
White, de Breaking Bad, es un profesor de química que sabe que sufre de cáncer,
y comienza a producir drogas sintéticas en secreto para ganar dinero y apoyar
económicamente a su familia cuando muera: “una mezcla entre Mr. Chips y
Scarface”. “La cuestión de fondo es: ¿hasta dónde se puede caer en la
transformación de un personaje? La serie explora el tema de la responsabilidad
moral. Para ser más precisos, el tema de las consecuencias de una conducta
inmoral”.
El
psicoanalista Paul Weston de In Treatment es un profesional serio, convencido
de la utilidad de su trabajo, una persona equilibrada con una esposa hermosa y
a su altura, un padre que sabe cómo hablar con sus hijos, y que en la primera
temporada asiste al propio derrumbe de esa autoimagen positiva y a la pérdida
del sentido de la ética.
Sin
embargo, como espectadores podemos empatizar con los tres. “La estrella de Mad
Men hace cosas equivocadas, no es un moralista pero tiene un sentido moral
parcial, vive en un malestar existencial del que es consciente”, sobre todo en
momentos de soledad. “Mr. White ama a su familia. Lo que hace, lo hace por
ellos. Y despierta en el espectador la admiración, la compasión, el amor y la
esperanza de redención”. “Paul Weston, a pesar de la caída de la existencia, es
un buen profesional, hay repercusiones de su trabajo que hacen comprensible su
disolución como psicoanalista. Actúa mal pero es consciente de estar
equivocado”.
Alberto
Nahum García, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad de
Navarra, alude a cinco factores que explican por qué enganchan las series.
En
primer lugar, la distribución marcada por la globalización, que ha servido para
extender contenidos de calidad. “Medio mundo amaneció antes para ver en directo
el final de Lost. Hablamos de la TV como la caja tonta, pero en realidad es una
caja muy lista que se ha emancipado y ya no necesita de un único receptor”.
En
segundo lugar, el producto, que ha experimentado un salto de calidad. “Se han
roto las fronteras entre TV y cine. Hay una gran tradición, sobre todo en
EE.UU., donde cada vez más cineastas y actores maduros se pasan a la TV”.
También,
la ambientación temática, marcada por una “ambigüedad, un gris moral” (Breaking
Bad, The Shield), que reta constantemente nuestra conciencia, a lo que
contribuye la ‘libertad’ del cable (más violencia, más sexo), la posibilidad de
ahondar temporalmente en conflictos que requieren tiempo, y de tratar
cuestiones políticas, como vemos en Homeland, 24, The Americans.
Por
último –señala García–, la sofisticación de las historias, para lo que las
series se han convertido en campo ideal de guionistas (posibilidad de contar la
historia a fuego lento, como en Fringe; o de tener 25 minutos para hablar, como
en In Treatment), incluso volviendo sobre sí misma hasta “romper la cuarta
pared”. Y las narrativas trasmedia, en las que el espectador es actor y
creador, reina y gobierna: ve la serie cuando quiere, la deja, habla sobre
ella, etc.
Alberto
Fijo da un paso más. “Vivimos la edad de oro de la ficción seriada televisiva,
con unos niveles de escritura, realización y diseño de producción nunca vistos.
Pero, como decía Joubert, ‘los primeros poetas o los primeros autores volvían
sabios a los locos. Los autores modernos buscan volver locos a los sabios’.
Basta asomarse a buena parte de la producción del cable norteamericano para
extender un cheque en blanco a Joubert. Se multiplican los relatos que buscan
desesperadamente la atención de los productores, que, a su vez, se las
ingeniarán para ganarse la fidelidad de un espectador que no es el espectador
que hemos conocido hasta el año 2000, sino lo que llamaremos el espectador posmoderno,
el espectador-seguidor, que se ha quitado el yugo de los programadores de TV y
consume series en Internet. Es el espectador que ha soltado el mando y ha
empuñado el ratón o levantado el índice para descargarlo sobre la pantalla del
iPad”.
Las series
no son la vida
Recogiendo
la llamada de atención de Roger Silverstone sobre el “peligroso trasvase” entre
el mundo de los medios y nuestro mundo, García-
Noblejas concluye algo evidente pero no por ello recordado: que el mundo de la ficción televisiva no coincide con nuestro mundo real.
Noblejas concluye algo evidente pero no por ello recordado: que el mundo de la ficción televisiva no coincide con nuestro mundo real.
Es
preciso “reconocer la fragilidad y porosidad de nuestra frontera”, que se debe
–según Silverstone– a que “las infinitas pequeñas historias de los medios
sustituyen a las grandes narraciones del mundo: las ideologías, las filosofías,
las religiones”.
Con
frecuencia nos identificamos con los personajes, como personas de referencia
para nuestro mundo real. Y esto, explica el profesor, es un error. “La ética
está en la capacidad de comprender los principios de acción que el hombre
tiene. No siempre vale la identificación final con los personajes, porque éstos
no tienen en sí mismos los principios de las acciones, que de ordinario vienen
con las historias que incluyen a esos personajes”.
Saber
contar buenas historias
Llegados
a este punto, ¿es misión del cine o de la televisión transmitir valores?
Alberto Fijo lo tiene claro: “El cine está para narrar y la ficción seriada
también, no para transmitir valores”, además de que “no creo en los valores
sino en las virtudes”. “En The Good Wife, hay pocos valores y sin embargo es
interesantísimo el modo de abordar la cuestión de la paternidad. Lo importante
es procurar la formación de la gente y saber cuándo está preparada para ver
determinada cosa”.
Costanza
Miriano apostilla: “Me preocupa enormemente el problema de la estupidez. Creo
que la inteligencia es tan importante como la verdad. Yo no tengo tiempo de ver
series, creo que la única que me ha enganchado ha sido The Newsroom. No puedo
estar de acuerdo con lo que veo pero no por ello resulta poco instructivo”.
“Realmente –añade Fijo– un niño expuesto a algo aparentemente inocuo como
Disney Channel muchas horas al día puede caer en la estupidez”.
Armando
Fumagalli, profesor de la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán y
consultor de guiones para la productora Lux Vide, que presentó su libro
Creatividad al poder, De Hollywood a Pixar (pasando por Italia), puso algunos
ejemplos que ponen de manifiesto las posibilidades de conciliar el conflicto
dramático con una visión positiva de la paternidad.
En
particular mencionó la miniserie sobre Ana Karenina, en la que se da relieve a
todas las historias, y se recupera la importancia como contrapeso de la pareja
Levin-Kitty. Habló también de tres series de éxito en Italia donde priman
buenas figuras paternas: Don Mateo, Que Dios nos ayude y Me he casado con un
policía.
En
busca de la catarsis
La
cuestión de fondo es que muchas de las series mencionadas “muestran y al mismo
tiempo ponen en tela de juicio el desequilibrio vital que supone centrarse en las
responsabilidades de la ocupación profesional, cuando esto sucede en detrimento
de la vida familiar”, comenta el profesor García-Noblejas. “Ofrecen una salida
a la misma situación que retratan, que apunta hacia el principio moral de hacer
bien el bien, o de hacer lo que se tiene que hacer y hacerlo bien”.
Es lo
que sucede, por ejemplo, con Wallander. “Nos enfrentamos a un mundo contextual
con un estilo de vida que en principio podría parecer envidiable pero que
constituye un estado de cosas muy críticamente explorado y juzgado por los
profesionales que idearon y produjeron estas series”.
“Han
sido sus respectivos públicos nacionales, añade, quienes –viviendo como
ciudadanos en un contexto semejante al realísticamente dramatizado–, no solo
han convertido unos bestsellers (como los de Mankell) en blockbusters, sino que
también han convertido en un acontecimiento social las series producidas por
Danmarks Radio (DR), la televisión pública danesa, concebidas como provocación
al debate acerca de los asuntos cívicos presentados, sin dejar de ser un
entretenimiento de calidad”.
Hay
en los personajes del “nordic noir” –concluye el profesor de la PUSC– una
especie de nostalgia, es decir, de sentido de ausencia de un patria, una
familia y unos amigos, que no están en ninguna arcadia feliz del pasado, sino
que se encuentran en un futuro deseado y que se ha de traer al presente para
que las cosas no continúen siendo lo que ahora son: el tono ético-político y
estético con que su vida llega al espectador dice: “nuestra realidad es así,
pero no queremos o no quisiéramos que siguiera siendo así para nuestros hijos”.
“En este sentido, son catárticas”. “Siguen –añade Paolo Braga acerca de las
tres series citadas por él con anterioridad– una narración lineal claramente
trágica, una forma de contar historias que enseña a través de la negación”.
Ejemplos
de esta catarsis han sido expuestos tanto en ponencias como en comunicaciones a
lo largo del congreso sobre “La figura del padre en la serialidad televisiva”
con títulos como “Fringe, desesperación y redención de un padre”, “Los Soprano.
El conflicto de vincular dos mundos irreconciliables: el crimen y la vida
familiar”, “La catarsis incompleta de Father&Son” o “¿Un sicario nace o se
hace?, Claves narratológicas del éxito de la webserie The Confession”.
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