lunes, 13 de mayo de 2013

Francisco, un Papa anticlerical


En poco más de dos meses, el Papa Francisco no ha tenido suficiente tiempo para dar pistas de por donde va a ir su línea de pontificado, pero algunos temas han quedado ya muy claros: por ejemplo, su idea del sacerdocio.

Artículo de Rafael Gómez Pérez / www.aceprensa.com

Se puede afirmar que el Papa es anticlerical, en el sentido de que fustiga el clericalismo. Y lo hace con acentos claros, inequívocos, precisamente por amor al sacerdocio tal como, afirma, lo quiso Cristo en la Iglesia.

El tema es antiguo y tiene que ver con las históricas mezclas de política y religión que tanto se desviaron de lo que era diáfano en el Evangelio, “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En este diseño, el sacerdote es el mediador entre Dios y los hombres y, por tanto, no debe
entrar en la política partidista.

Dos tipos de anticlericalismo
De todo esto hay un precedente importante en las enseñanzas de San Josemaría Escrivá. En sus escritos se puede encontrar, por ejemplo, la distinción entre un “anticlericalismo malo” –que atacando al clero en realidad pretende atacar la religión– y un “anticlericalismo bueno”, basado en el deseo de que el sacerdote no usurpe funciones y actividades que son propias de los laicos. Con frecuencia, San Josemaría Escrivá añadía que era anticlerical por amor al sacerdocio.

El Papa Francisco, dirigiéndose a los participantes en la centésimo quinta asamblea plenaria del episcopado de Argentina, se expresaba así, repitiendo una de las ideas claves aparecidas en estos dos meses: la necesidad de que la Iglesia –es decir, todos los católicos– salga a la calle: “Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro.

Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar»”.

“Mundanidad espiritual” es como una mundanidad revestida, disfrazada de espiritual. Y “clericalismo sofisticado” es un clericalismo que también se disfraza para no parecerlo. Más adelante emplea la expresión “solteronía clerical”, refiriéndose a un mal que se evita con la alegría que emana de la Cruz.

Salir a la calle
El Papa añadía: “sí, hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada”.

Y concluía: “El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco –no digo «nada» porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción– se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón”.

En la misa crismal del Jueves Santo, 28 de marzo, insistía: “Conscientes de haber sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios, ejerced con alegría perenne, llenos de verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando el propio interés, sino el de Jesucristo. Sois Pastores, no funcionarios. Sois mediadores, no intermediarios”.

Defensa de lo esencial
Es cierto que también se utiliza el término de clericalismo o de intervención en los asuntos políticos cuando los sacerdotes, obispos o el mismo Papa se pronuncian sobre cuestiones humanas y sociales que afectan de modo central y decisivo a la moral como, por poner el caso más dramático, el aborto.

En una recientísima, de abril, y algo precipitada biografía del Papa (Francisco. El papa de la gente, Aguilar, Madrid, 2013, 330 páginas), de la periodista argentina Evangelina Himitian, se citan –sin indicar la fuente– estas palabras del entonces obispo Bergoglio, a la pregunta de hasta dónde debía involucrarse la Iglesia con la realidad, denunciando, por ejemplo, situaciones de injusticia, sin caer en una desviación política: “Creo que la palabra partidista es la que más se ajusta a la respuesta que quiero dar. La cuestión es no meterse en la política partidaria, sino en la gran política que nace de los mandamientos y del Evangelio. Denunciar atropellos de los derechos humanos, situaciones de explotación o exclusión, carencias en la educación o en la alimentación, no es hacer partidismo. El Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia está lleno de denuncias y no es partidista. Cuando salimos a decir las cosas, algunos nos acusan de hacer política. Yo les respondo: sí, hacemos política en el sentido evangélico de la palabra, pero no partidista”.

Saliendo a la calle e interviniendo en los asuntos en los que están en juego los derechos humanos y la dignidad de la persona, la Iglesia se presenta potencialmente como la única realidad contracorriente en una cultura que ha hecho de la componenda a corto plazo la esencia de un precario y escuálido pensamiento político y social.















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