“Aceprensa"
Pocas
veces los medios de comunicación se vuelcan de forma intensa y masiva en el
análisis y difusión de una noticia relacionada con un descubrimiento hecho en
el campo de la física cuántica. Sin embargo, la cosa cambió el miércoles 4 de
julio, cuando los portavoces de los experimentos CMS y ATLAS (llevados a cabo
en el Gran Colisionador de Hadrones o LHC del CERN en Ginebra) anunciaron en
Melbourne (Australia), durante la inauguración de la Conferencia Internacional
de Física de Altas Energías, que probablemente habían descubierto el bosón de
Higgs.
Desde
que en los siglos VI y V a.C. los filósofos presocráticos se preguntaran por el
origen del universo y por la composición de la materia, la mente humana no ha
dejado de intentar responder racionalmente a estas cuestiones. El primer tercio
del siglo XX vio nacer un nuevo paradigma cosmológico, la teoría del Big Bang,
que, gracias a sus múltiples revisiones, continúa siendo el modelo explicativo
que responde a la primera de las dos cuestiones. Quedaba la segunda.
Para
estudiar la estructura de la materia se construyeron los grandes aceleradores
de partículas. La proliferación de éstas en cada colisión desbordó las
previsiones de los científicos. Para poner orden en este maremágnum, a
principios de los setenta se propuso el modelo estándar, con el que se
pretendía explicar cuáles eran los componentes de la materia y las fuerzas con
las que interactúan (electromagnética, nuclear fuerte, nuclear débil y
gravitatoria). Todas las partículas propuestas por el modelo fueron
descubiertas a lo largo de las siguientes décadas; la última de ellas ha sido
el renuente bosón de Higgs.
Esta
partícula, postulada por Peter Higgs en 1964, es de capital importancia, puesto
que es, según el modelo, la que confiere masa a las otras partículas en el seno
del campo de Higgs (un océano de energía cuántica que ocuparía todo el
universo), posibilitando con ello la existencia de cuerpos. De ahí que en 1993
el premio Nobel Leon Lederman la llamara “la partícula de Dios” en un libro
titulado justamente así (The God Particle). Pero no hay que tomar la metáfora
al pie de la letra: la partícula que es condición para que haya un universo con
cuerpos, en vez de un puro plasma de radiación, no “crea de la nada”.
Los
bosones de Higgs confieren masa a una partícula en función de la capacidad de
interacción de la partícula con el campo de Higgs. Un fotón no interactúa con
el campo de Higgs, por lo que carece de masa. Un electrón sí interactúa, por lo
que adquiere masa; también el quark top, y con una intensidad 350.000 veces
mayor, por lo que tiene una masa 350.000 veces mayor que el electrón. Así, la
masa de una partícula sería en realidad la intensidad con la que actúa con el
campo de Higgs.
En
palabras de Brian Greene, doctor en física por la Universidad de Oxford y
profesor de física y matemáticas en la de Columbia, quedaría pendiente de
resolver una cuestión: “No hay ninguna explicación fundamental para la manera
exacta en que cada una de las partículas conocidas interacciona con el campo de
Higgs. En consecuencia, no hay ninguna explicación fundamental de por qué las
partículas conocidas tienen las masas concretas que se han mostrado
experimentalmente” (B. Greene, El tejido del cosmos; Crítica, Madrid, 2006, p.
338).
Aunque
este hallazgo respalda el modelo estándar, todavía queda mucho camino por
recorrer. Por ejemplo, está pendiente el hallazgo del gravitón (la partícula
encargada de transportar la gravedad y sobre la que cunde el escepticismo) o la
unificación de las cuatro fuerzas fundamentales, algo no conseguido hasta la
fecha por teoría alguna. De todos modos, el descubrimiento del bosón de Higgs
supone un avance científico de tal magnitud que sus consecuencias son todavía
difíciles de prever. Nos ha de llevar a nuevos horizontes en el ámbito del
conocimiento de la realidad física, en donde la materia explicada por el modelo
estándar es solo un 4% de todo lo que hay en el universo. Otro 23% lo
representa la materia oscura (tal vez, el hallazgo del bosón de Higgs nos ponga
en el camino de su conocimiento) y el 73% restante la energía oscura, esa
misteriosa fuerza que hace que el Universo se esté expandiendo de forma
acelerada.
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