Vatileaks:
aquí no somos momias
Si
hoy viviera Maquiavelo, probablemente utilizaría las recientes filtraciones
vaticanas para insistir en el cinismo como estrategia del ethos político.
Articulo
de Rafael Navarro-Valls, catedrático de la Universidad Complutense y miembro de
la Real Academia de Jurisprudencia / www.elmundo.es /miércoles 6 de mayo de
2012
El
centro de gravedad de la gran arquitectura eclesiástica es el Papa: cuando éste
se debilita, el edificio amenaza ruina. Apuntar a la clave de bóveda equivale a
promover tempestades de confusión. Se trata de una de las leyes clásicas de las
relaciones entre desinformación y poder.
Insistentemente
los cuervos vaticanos que filtran y filtran documentos hablan «de la necesidad
de defender al Papa de sus colaboradores». Pero una de las claves de la
confusión es crear apariencias que, en realidad, ocultan lo contrario. Los
desinformadores suelen cultivar el arte de la honestidad en un campo para
ocultar su deshonestidad en otros. Se trata de aparentar el apoyo a una causa noble,
contraria de la que uno en realidad persigue. Es una de las tácticas analizadas
por Robert Greene en sus 48 leyes del poder. Pero dudo que los protagonistas de
las filtraciones vaticanas conozcan la finura del análisis de Greene.
En
todos estos casos, la característica común es la filtración indiscriminada de
documentos relevantes con la finalidad de poner en crisis el sistema político o
aspectos importantes de él. En realidad, no es tanto una rotura de ese refugio
íntimo que es la conciencia cuanto de actuaciones contrarias a la
confidencialidad en un contexto político.
Cuando
se leen los documentos vaticanos hasta ahora filtrados, se aprecia enseguida
una notable diferencia con los precedentes antes citados. Se trata de puntos de
vista, valoraciones, opiniones, etc., de contenido no demasiado sorprendente.
Ninguna de esas cartas roza siquiera la seguridad nacional. Ni pone en peligro
no ya país o entidad nacional alguna, ni siquiera la estabilidad histórica de
una diócesis o cualquier otra estructura eclesiástica. Todo lo más, deja ver un
modo de trabajar en la curia vaticana en la que quien tiene o cree tener algo
que decir lo dice o, más bien, lo escribe y lo hace llegar al Papa o a sus
colaboradores más cercanos.
De
ahí que el gran tema que se encierra en la filtración vaticana sea la invasión
de los soportales de la conciencia. Si se examinan detenidamente las
declaraciones del Papa o de sus colaboradores en torno a este affaire, lo que
enseguida destaca es la firme reacción ante un ataque a la conciencia humana.
Así, el sustituto de la Secretaría de Estado (el número tres de la jerarquía
vaticana) pone el acento en este aspecto al decir que la publicación de estos
documentos es «un acto inmoral de inaudita gravedad. Sobre todo porque no se
trata únicamente de una violación, ya en sí misma gravísima, de la reserva a la
que cualquiera tiene derecho, sino también de un ultraje a la relación de
confianza entre Benedicto XVI y quien se dirige a él, también para expresar en
conciencia una protesta. No se han robado simplemente algunas cartas al Papa,
se ha violentado la conciencia de quien se ha dirigido a él como al vicario de
Cristo». Algo similar han dicho el propio Papa y el cardenal Bertone.
Poner
bajo el microscopio a los protagonistas de una institución cuyo gobierno se
basa en la confianza y las cuestiones de conciencia, someterlos de golpe a lo
que la sociología llama la visibilidad mediática, es un método de invasión de
las conciencias que corre el riesgo de sepultar en vida a los dramatis
personae. A eso se añade lo que en un supuesto escándalo Bernard Nussbaum llamó
«reflectores sin rumbo». Los investigadores acaban fijándose en aspectos de la
filtración que sólo indirectamente tienen que ver con el escándalo original.
El
Vatileaks trata de mezclar en un puzle explosivo el Banco Vaticano, la penosa
vida de Maciel, los supuestos problemas litúrgicos de un movimiento eclesial o
la discusión sobre cómo administrar mejor los recursos dedicados al cuidado de
los jardines vaticanos. En realidad, no lo consigue. Porque de lo publicado
emerge un procedimiento, un modo de intercambiar opiniones en la curia vaticana
o, si se quiere, un modo peculiar de tratar los problemas. Pero le falta a esa
mezcla el elemento de gravedad -de deshonestidad en los actores que menciona-
que pondría en peligro lo que la institución vaticana es y representa. El libro
que recoge esos documentos puede resultar interesante o aburrido, tal vez hará
vender más ejemplares de las obras de Dan Brown. Pero lo que pesará en un
eventual proceso a los filtradores es haber violado la privacidad de quien
escribe en conciencia a quien debe por su misión evaluar conciencias.
Un
alto funcionario de la Santa Sede ha dicho refiriéndose a esta cuestión: «En el
Vaticano no somos momias, y los diferentes puntos de vista, incluso las
valoraciones opuestas, son bastante normales». En mi opinión, esto no es una
tragedia, sino más bien un signo de vitalidad.
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