martes, 7 de febrero de 2012

Los anti-excelentes

 Dice el nuevo ministro de Cultura que el problema de España empezó el día que nos burlamos del empollón de clase. 


Un filósofo, un sociólogo y un escritor retoman la idea. 


 Artículo de Luis Alemany / www.elmundo.es
martes 7 de febrero de 2012


Si el lector es español, seguro que recuerda esta escena: los años del bachillerato, una clase de inglés, un alumno que se esfuerza por pronunciar bien. Sus compañeros le toman el pelo por ello. El alumno bienintencionado no volverá a abrir la boca.


Después, tanto él como sus colegas se pasarán media vida adulta tratando de adecentar el inglés que no aprendieron en el instituto. A ese tipo de historias, seguramente, se refería el pasado domingo el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, en la entrevista que concedió al diario El Mundo. 'La cultura anti empollón genera mediocridad', dijo el ministro. Y aunque sus palabras se dirigían hacia el terreno de la Educación, hay quien piensa que, en realidad, existe un afán de antiexcelencia en toda la cultura española. Un sociólogo, un novelista y profesor universitario y un filósofo responden.


La buena vida


César García, profesor universitario en el estado de Washington es el autor del ensayo 'American psique', que, entre otras cosas, habla de la falta de una cultura de la meritocracia en España.


De modo que el asunto le toca: 'En España suele establecerse una oposición entre lo que significa vivir la buena vida y ser excelente en lo que uno hace, como si fueran cosas incompatibles. Muchos españoles justifican la ausencia de éxito académico o profesional en sus vidas como una elección personal en la que la inteligencia verdadera está del lado del que, como ellos, ha optado por no sacrificarse demasiado'.


'Donde más aprecio esta actitud', continúa García en un correo electrónico, 'es en la ausencia de reconocimiento al trabajo bien hecho que se da tanto en las instituciones educativas como en todo tipo de organizaciones. En la escuela de mi hijo, pública, se realiza una entrega de premios todos los meses a los mejores alumnos. El concepto de excelencia también es abierto, puede ser que el alumno reciba el premio por haber sido un gran estudiante pero también por haber demostrado ser una buena persona con sus acciones. Lo moral y lo académico van de la mano'. 


'En las empresas también se nota mucho. La competencia entre empleados para lograr premios o bonus (muy frecuentes en las empresas americanas) se percibe como algo positivo y nunca como un juego de suma cero o en demérito de los otros que no lo han logrado. Eso, por supuesto, no significa que no haya casos de envidia; los americanos tampoco son perfectos'.


Democracia mal entendida


El filósofo Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Política y Moral de la Universidad del País Vasco también tiene un ensayo reciente que tiene que ver con la pereza intelectual:


'Tantos tontos tópicos'. Su respuesta también llega por correo electrónico: 'Me extrañaría mucho que, para hacerse un hueco en el mercado de cualquier producto (salvo quizá en ciertas áreas del arte o de la música presentes), sirviera una cultura de la anti-excelencia. Sólo sirve la excelencia, sea para vender automóviles o chupa-chups. En términos de Marx, también el valor de uso condiciona el valor de cambio. Otra cosa puede ocurrir en la factoría educativa en todos sus grados, que produce titulados'.


'Aquí es donde aparece la figura del anti-empollón', continúa Arteta, 'que corresponde a los más débiles o a los más tontos de clase. Estos no hacen más que seguir la principal pasión democrática: todos debemos ser iguales, que nadie sobresalga porque nos humilla, hay que someterse al grupo. Por tanto, el que estudia y saca buenas notas será un empollón, no un tipo inteligente, apasionado o trabajador. Estos últimos, además de cumplir su afición o su deber sin avergonzarse, saben que necesitan un buen expediente para obtener la beca que les permita seguir estudiando'.


Y en la cultura 


Llamada telefónica a Antonio Orejudo, novelista y profesor de Literatura en la Universidad de Almería. Su última novela, 'Un momento de descanso', habla de las miserias intelectuales de la universidad en España y en Estados Unidos, donde Orejudo fue profesor en un par de 'colleges'. 'Es verdad que en España no existe una cultura del mérito. No sobresale el que es inteligente y se esfuerza. Eso lo veo en la universidad igual que en el mundo de la cultura, donde hay grandes talentos esquinados y autores increíblemente sobredimensionados'.


En 'Un momento de descanso', por ejemplo, aparece retratada una oposición universitaria que empieza por ser un delirio y termina en una escena de tortura bastante 'gore': 'En la universidad, el método de las oposiciones es el gran ejemplo de esto. No se elige por méritos sino por camadas. Y sí, supongo que hay una línea que lleva desde el empollón al que acosan en el colegio hasta el catedrático mediocre'.


¿Y en Estados Unidos? '. La enseñanza universitaria en Estados Unidos tiene otros problemas. Pero ése, no; ojalá fuéramos tan escrupulosos como ellos a la hora de premiar el mérito. El propio sistema hace imposible llenar un departamento de discípulos y amiguetes... Entre otras cosas, porque les va la supervivencia financiera en ello'.


El 'nerd' 


César García continúa por esa línea: 'En la vida americana, el equivalente del empollón seria el 'nerd', un término estereotipado que se utiliza para el chico que obtiene buenos resultados académicos pero quizás es un inadaptado social o poco agraciado físicamente.


Sin embargo, en Estados Unidos la expectativa de la gente es que, en último término, el mundo será de los 'nerds' y que estos pueden acabar siendo 'cool'. Ahí tienes los ejemplos de Obama o Bill Gates. En España, el ejemplo del empollón es Mariano Rajoy, denigrado con frecuencia por ser 'un registrador de la propiedad''.


Entonces, ¿cuál es el problema? '. A mi me parece que la existencia de esta cultura de la anti-excelencia tiene que ver con factores culturales antropológicos y también, digamos, de la cultura política', explica García. 'Respecto a los primeros, yo diría que surge como salvaguarda del individuo en una cultura que tiene aversión al riesgo y donde falta confianza entre las personas. Ser excelente, en el fondo, implica asumir algún tipo de riesgo a cambio de una recompensa que puede llegar o no de la misma forma que requiere de un reconocimiento de otros individuos ya que la excelencia tiene un componente subjetivo. Buscar la excelencia supone asumir riesgos y poner a prueba la frágil confianza que tenemos en el juicio de los demás, lo cual en nuestra cultura se antoja complicado.


'También pienso', concluye García, 'que el igualitarismo propio del pensamiento socialdemócrata español, que ha hecho creer a la gente que la igualdad es un fin en sí mismo y no un punto de partida para que las personas, las cuales no son iguales ni mucho menos, cultiven y desarrollen sus capacidades y, si es preciso, marquen diferencias. Curiosamente, en el deporte sí admitimos la diferencia'.




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