Si
Zapatero hubiese tenido la ocurrencia de trasladar las fiestas a los lunes, y
de cargarse de paso festividades de gran arraigo como la Asunción de la Virgen
o el día de Todos los Santos, habríamos escuchado enseguida -con voz tonante y
airada- que su propósito no era otro sino descristianizar la sociedad
Juan
Manuel de Prada ABC
Si
Zapatero hubiese tenido la ocurrencia de trasladar las fiestas a los lunes, y
de cargarse de paso festividades de gran arraigo como la Asunción de la Virgen
o el día de Todos los Santos, habríamos escuchado enseguida -con voz tonante y
airada- que su propósito no era otro sino descristianizar la sociedad. Pero
quien ha tenido la ocurrencia ha sido Rajoy; y, misteriosamente, nadie le ha
atribuido semejante propósito. De donde se deduce -risum teneatis- que si las
festividades religiosas se las carga un gobierno de izquierdas, hemos de
presumir que su propósito es descristianizar la sociedad; en cambio, si quien
se las carga es un gobierno de derechas, hemos de presumir que su propósito es
«racionalizar el calendario laboral y reactivar la economía». Que la economía
vaya a reactivarse por quitar cuatro días de fiesta, o por correrlos al lunes,
es una sandez que sólo se le habría ocurrido a aquellos arbitristas demenciales
de los que se cachondeaba Quevedo; pero vivimos en una época tan confusa que
las sandeces más grotescas pueden pasar fácilmente por ideas geniales.
El
mundo liberal siempre tuvo la obsesión de cepillarse el calendario cristiano.
Primero lo intentó con el desquiciado calendario napoleónico; y, fracasado
aquel empeño arbitrista, se dedicó, al tiempo que la Iglesia reducía sus
fiestas de precepto, a multiplicar las suyas, hasta tupir el calendario con una
caterva de fiestas civiles, a cada cual más relamida y rimbombante. Las fiestas
verdaderas, que sólo pueden ser religiosas, no tienen más sentido que
santificar la vida: se basan en la necesidad que el hombre tiene de encontrarse
a sí mismo bajo la luz de una fe comunitaria; y se cumplen en la recepción de
un don espiritual. Las fiestas civiles, que son falsificaciones paródicas de
las religiosas, nunca cumplieron ninguna de estas dos funciones; pero su
proliferación insensata logró enturbiar el sentido originario de las fiestas
religiosas, hasta equipararlo con el de las fiestas civiles, como mera ocasión
para el ocio consumista. Una vez lograda esta equiparación turbia, se prueba
ahora a cambiar de fecha las fiestas religiosas, o a borrarlas del calendario,
en la confianza de que su traslado o supresión no ocasionará mayores
resistencias que el traslado o supresión de las insustanciales fiestas civiles.
Y como quien anuncia esta barrabasada no es Zapatero, sino Rajoy, ni los
católicos rechistamos, en lo que se demuestra que la ofuscación ideológica ha
logrado desecar el meollo de nuestra fe, convirtiéndola en una sucesión de
automatismos vacuos; en esto consiste el fariseísmo.
Existe
un axioma biológico infalible: a medida que disminuye lo vivo, aumenta lo
automático. Cuando las fiestas religiosas se convierten en un automatismo vacuo
importa poco, en efecto, que se cambien de día. Si fuesen fiestas vivas, su
traslado por decreto nos resultaría tan desquiciado y abusivo como una orden
ministerial que nos exigiese celebrar nuestro cumpleaños en domingo, o parir
durante el mes de vacaciones; pues ese traslado obedece a la misma visión
mecanicista -automática- del hombre, reducido a un gurruño de carne sin
necesidades espirituales, para quien las fiestas se han convertido en meras
ocasiones para el ocio consumista. ¡A trabajar y a consumir, españolitos sin
fe, que hay que «reactivar» la economía!
«Al
que no tiene, aun lo que tiene se le quitará», leemos en el Evangelio. Así se
recompensa la fe de los tibios. Después de todo, la ocurrencia de Rajoy de
quitarnos o trasladarnos las fiestas religiosas puede que sea un instrumento
del designio divino.
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