lunes, 1 de junio de 2009

LAS ANAS DEL SIGLO XXI

Había pensado poner como lema de este testimonio "Lee y disfruta", pero me ha parecido que se quedaba corto. Que no expresaba el contenido de este suceso, que no dejaba claro la magnitud del problema al que se enfrentaba esta mujer, que no valoraba en toda su dimensión la generosidad y sacrificio de su respuesta, que no tenía en cuenta la fuerza de su fe, ..., y tantos valores más que tu podrás añadir a este encabezado. ¡Ahora, sí! ... "LEE Y DISFRUTA"

Hago un recuerdo especial en el nacimiento de Ana, nuestra pequeña, que hoy cumple tres años.

Celebro este día en mi corazón con gozo y agradecimiento porque está con nosotros y no entró en el número alarmante de abortos autorizados por la ley basados en la prevención de riesgos y supuesta salud mental de la madre.

Muchos de vosotros, quizás no entendáis de qué estoy hablando, por eso os contaré la historia de Ana:

Sin aparente justificación, hace unos años, empecé a adelgazar y a sentirme mal con mucha frecuencia, hasta el punto de pesar menos de 48 kilos, habiendo estado mi peso entre 64 y 68 kilos generalmente. Acudía al medico con frecuencia, pero no podía explicarle qué me pasaba: comía muchísimo, tenía frecuentes y bruscos cambios de humor sin motivo y pasaba el día del sofá a la cama, sin casi poderme mover.

Mi medico ante estos síntomas, escribía en mi historia clínica:
- "diagnostico: depresión.
- tratamiento: antidepresivo".

Me perdonaras no te diga el nombre, porque yo tiraba las recetas sin sacar los fármacos de la farmacia. Cosa que a mi me valió, pero que no lo aconsejo pues era una imprudencia temeraria por mi parte.

El mal ánimo me duraba varias estaciones seguidas, con intervalos de algún día de sol, en el que con muy buena fe, me sostenía erguida varias horas y me auto convencía de que iba ha hacer muchas cosas, de que el malestar pasaría. Pero cada recaída era peor, hasta que viendo que mi deterioro se agudizaba nos pusimos en manos de especialistas.

Os lo podéis imaginar... Me toco un doctor joven, pero muy cualificado, con muchas ganas de estudiarme, porque me hizo todas las pruebas que había estudiado. Algunas yo creo que por simple curiosidad y otras que surgían por protocolo al ir hallando patologías diversas, que no te cuento, porque dieron negativo al final (a Dios gracias), por que si no, hoy no lo cuento. Aunque me mantuvieron amenazada de un futuro incierto y muy cercano y mi apariencia era la típica de los que ya han sacado el billete y preparan la maleta para el viaje sin retorno.

En todo ese proceso de estudio, yo contabilizaba dos faltas: mi menstruación se había asustado de tantas pruebas o, como me temía, me había vuelto a quedar embarazada.

Mi joven doctor tenía la obligación de prevenirme contra la altísima probabilidad de que el hijo que esperaba, trajese algún problema añadido a causa de la frecuencia radiológica a la que había sido sometida y al estado de desnutrición en el que yo a estas alturas me encontraba.

Con la angustia normal de padres de un ser que puede llegar a este mundo con un grado de enfermedad o minusvalía avisada, seguimos pidiendo consejo a otros especialistas. Uno y otro, hasta seis médicos (todos ellos con gran prestigio profesional) me aconsejaron abortar. Incluso después de las semanas permitidas por ley y con el consuelo, de que no era un caso aislado.

En ese mismo año se practicaron más de ocho mil abortos, amparados en los supuestos permitidos por la ley. De los que, sobre seis mil, la causa de autorización para abortar se basaba en el riesgo de que la madre padeciera depresiones después del parto.

Todo este tema, además, lo sacamos en conversaciones con los amigos y personas allegadas. Fueron tertulias interesantes, en los que en más de una ocasión tuve que oír cosas como:
- “No te das cuenta de que estáis muy bien y que vas a traer una ruina a tu casa, pudiendo quitarte el problema ahora”.
- “Eres una egoísta y por sacar éste hijo adelante, vas a arruinar la vida de los otros cuatro ".

Mi marido y yo no pensábamos lo mismo. Éramos personas que creíamos en un Dios, que además era Padre. Y confiábamos en que si nuestra hija venia y tenia la desgracia de enfermar, Él nos daría los medios y las gracias que necesitáramos para soportarlo y sacarla adelante.

Yo creo que a quien más le afecto todo este tema fue a mi hijo mayor, pues ante lo que oía, el adolescente, se cuestionaba realmente si debía o no abortar. Yo lo veía preocupado pues no terminaba de definirse si estaba a favor o en contra del aborto. A mí me hubiese gustado encontrar otros ejemplos para hacerle entender nuestra postura, pero solo se me ocurrió este:
–“Un día tu vas al parque con un amigo en su moto y tienes un accidente. Te puedes imaginar, que los efectos de ese accidente son leves o también puedes imaginar que te quedas en coma, o parapléjico.

Dime: ¿Que debería hacer contigo?, ¿debería matarte yo para no sufrir viéndote o para que no sufrieras tú?".
Quedó en silencio mucho rato dándole vueltas, y por fin dijo:
- "¡No!, no me gustaría. Creo que no debes abortar. ¡Ya lo sacaremos entre todos!".

Meses más tarde teniendo en casa, a una niña preciosa, completamente sana, inteligente alegre y feliz le volví a preguntar:
- "¿Te das cuenta del crimen tan horrible que hubiésemos cometido, si no le damos la oportunidad a Ana de nacer?".
Asintió con una sonrisa y miro con agradecimiento a su hermana pequeña por haber nacido.


Esta es la historia de Ana. Contada así, parece un cuento, pero esa es la realidad de hoy día. Miles de madres, sin una formación adecuada, y sin unos convencimientos de fe, sin el apoyo de su familia, y con los problemas añadidos que conlleva cada existencia, cada familia están prohibiendo a sus Anas que nazcan. Y lo que es más grave, muchas veces, engañadas, o con una verdad a medias... , ocultando seguramente otras opciones para salvar la vida de un ser humano.

De este tema lo que menos entiendo es que seguramente pronto, las leyes de nuestro país condenaran o castigaran de alguna forma a quienes abandonen un perrillo o maltraten a un animal..... ¡los hombres somos así de sensibles!

Nuestra lengua, al ser tan rica en matices, según que sinónimo escojas para definir un termino puede parecer más suave, escandalizar menos y podemos darle la vuelta a las palabras que por lo visto es lo que saben hacer los políticos que promueven o defienden las leyes anti-personas. Pero me temo que ante el juicio de Dios, no va ha haber tanta palabrería: cada hecho tiene un nombre, y el nombre del aborto es crimen.

Se podría hacer el mismo duro juicio que a los doce responsables de muertes violentas de sus propios hijos que van ya en este año, y que es el mayor escándalo para una sociedad. Así como de los numerosos casos de abandonos de bebes en contenedores de basura. Noticias que, al verlas en las pantallas de los televisores o en la prensa, nos ponen piel de gallina. Actos todos incomprensibles dentro de una cabeza sana. Luego mi excusa (para estos casos) es que alguna nueva enfermedad nos esta atacando, pues ni siquiera en el reino animal irracional hay especies que maten a sus propias crías.

Antes de seguir hablando de este tema, que quizás por que viví en propia carne la tentación de eliminar de mi historia a una persona tan importante como es nuestra pequeña Ana, siento que ese hecho me autoriza moralmente a dar mi opinión libremente.

Quisiera hacer un paréntesis, para aclarar una cosa que a una de mis amigas no le termina de convencer.
Su argumento es que en los días en que vivimos no se puede decir esto, por respeto a las miles de mujeres que han abortado por una u otra circunstancia y a las cuales yo no tengo derecho a hacer sentir culpables por sus actos.
Mi intención no es acusar a nadie y además puedo comprender que la vida y las decisiones de cada persona tienen un complejo mundo de condicionantes que a veces nos ciegan y podemos no decidir lo mejor. Realmente, no puedo ni deseo acusar a nadie. A Dios gracias no me toca a mí esta labor y, desde luego, desde un punto de vista cristiano, ante un daño de esta índole, también ha de haber el deseo de perdonar y ayudar a quien busca este consuelo.

Pero sí que es un hecho real que esta pasando en nuestros días, y ante el cual tenemos todo el derecho a dar nuestra opinión, al menos nuestra postura, que naturalmente también puede ser una ayuda para personas que todavía duden y que solo vean la parte negativa de los problemas, sin encontrar más opción.

Levantarnos de nuestros errores, y nuestros horrores, son uno de los dones a los que tenemos derecho. Y son muchos los casos en los que el arrepentimiento del mal cometido fortalece el espíritu, para ayudar a otros a que no pasen por los mismos calvarios.

Y si en algún momento tú que lees esto o estas en ese riesgo o conoces a alguien en esas circunstancias, me gustaría decirte que no desesperes, que no te rindas, nunca está todo perdido. Muchas veces la ayuda tal vez esté fuera de nuestro habitual entorno. Pero hay que consumir todas las alternativas. Defender la vida de ese ser, que es un gran regalo que Dios te hace, es para tu bien, aunque ahora no puedas entenderlo.

Hoy día, gracias a Dios, hay otras muchas alternativas

Carmen Rodríguez García
8 de febrero de 2002













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