lunes, 13 de mayo de 2013

Francisco, un Papa anticlerical


En poco más de dos meses, el Papa Francisco no ha tenido suficiente tiempo para dar pistas de por donde va a ir su línea de pontificado, pero algunos temas han quedado ya muy claros: por ejemplo, su idea del sacerdocio.

Artículo de Rafael Gómez Pérez / www.aceprensa.com

Se puede afirmar que el Papa es anticlerical, en el sentido de que fustiga el clericalismo. Y lo hace con acentos claros, inequívocos, precisamente por amor al sacerdocio tal como, afirma, lo quiso Cristo en la Iglesia.

El tema es antiguo y tiene que ver con las históricas mezclas de política y religión que tanto se desviaron de lo que era diáfano en el Evangelio, “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En este diseño, el sacerdote es el mediador entre Dios y los hombres y, por tanto, no debe
entrar en la política partidista.

Dos tipos de anticlericalismo
De todo esto hay un precedente importante en las enseñanzas de San Josemaría Escrivá. En sus escritos se puede encontrar, por ejemplo, la distinción entre un “anticlericalismo malo” –que atacando al clero en realidad pretende atacar la religión– y un “anticlericalismo bueno”, basado en el deseo de que el sacerdote no usurpe funciones y actividades que son propias de los laicos. Con frecuencia, San Josemaría Escrivá añadía que era anticlerical por amor al sacerdocio.

El Papa Francisco, dirigiéndose a los participantes en la centésimo quinta asamblea plenaria del episcopado de Argentina, se expresaba así, repitiendo una de las ideas claves aparecidas en estos dos meses: la necesidad de que la Iglesia –es decir, todos los católicos– salga a la calle: “Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro.

Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar»”.

“Mundanidad espiritual” es como una mundanidad revestida, disfrazada de espiritual. Y “clericalismo sofisticado” es un clericalismo que también se disfraza para no parecerlo. Más adelante emplea la expresión “solteronía clerical”, refiriéndose a un mal que se evita con la alegría que emana de la Cruz.

Salir a la calle
El Papa añadía: “sí, hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada”.

Y concluía: “El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco –no digo «nada» porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción– se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón”.

En la misa crismal del Jueves Santo, 28 de marzo, insistía: “Conscientes de haber sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios, ejerced con alegría perenne, llenos de verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando el propio interés, sino el de Jesucristo. Sois Pastores, no funcionarios. Sois mediadores, no intermediarios”.

Defensa de lo esencial
Es cierto que también se utiliza el término de clericalismo o de intervención en los asuntos políticos cuando los sacerdotes, obispos o el mismo Papa se pronuncian sobre cuestiones humanas y sociales que afectan de modo central y decisivo a la moral como, por poner el caso más dramático, el aborto.

En una recientísima, de abril, y algo precipitada biografía del Papa (Francisco. El papa de la gente, Aguilar, Madrid, 2013, 330 páginas), de la periodista argentina Evangelina Himitian, se citan –sin indicar la fuente– estas palabras del entonces obispo Bergoglio, a la pregunta de hasta dónde debía involucrarse la Iglesia con la realidad, denunciando, por ejemplo, situaciones de injusticia, sin caer en una desviación política: “Creo que la palabra partidista es la que más se ajusta a la respuesta que quiero dar. La cuestión es no meterse en la política partidaria, sino en la gran política que nace de los mandamientos y del Evangelio. Denunciar atropellos de los derechos humanos, situaciones de explotación o exclusión, carencias en la educación o en la alimentación, no es hacer partidismo. El Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia está lleno de denuncias y no es partidista. Cuando salimos a decir las cosas, algunos nos acusan de hacer política. Yo les respondo: sí, hacemos política en el sentido evangélico de la palabra, pero no partidista”.

Saliendo a la calle e interviniendo en los asuntos en los que están en juego los derechos humanos y la dignidad de la persona, la Iglesia se presenta potencialmente como la única realidad contracorriente en una cultura que ha hecho de la componenda a corto plazo la esencia de un precario y escuálido pensamiento político y social.















domingo, 12 de mayo de 2013

[Aborto] al rojo vivo



El debate del aborto está alcanzando cotas inéditas de crispación, y eso es lo mejor que nos podía pasar como país. Era una vergüenza que tuviésemos aquí 300 abortos al día y que unos y otros mirásemos para otro lado.

 
Artículo de Enrique García-Maiquez, poeta / www.diariodecadiz.es


Yo me alegro, además, porque el encendido debate favorece la causa de la vida. Primero, porque permite poner sobre la mesa los argumentos científicos que hoy por hoy demuestran sin género de dudas que cada embrión es un ser humano irrepetible. Segundo, porque aflora lo biográfico. Cuántas historias felices de abortos que en el último momento no se realizaron, arrepentimientos que las madres consideran lo mejor de sus vidas; frente al amargo dolor de tantas que, con frecuencia presionadas por las circunstancias, abortaron. Hay que luchar, se concluye, contra esas circunstancias.

En tercer lugar, las explicaciones de los abortistas, a poco que se ponen a darlas, terminan mostrando la cruda ideología que los sostiene. En defensa del aborto eugenésico se están oyendo insultos terribles a los discapacitados, a los que se considera indignos de vivir, si puede evitarse a tiempo. Hay un darwinismo salvaje, al que conviene que todos le veamos la cara. Y hay insultos muy violentos a los defensores de la vida: la diputada Beatriz Escudero está siendo amenazada por los abortistas, incluso con violarla, y a su hija. Por supuesto, la mayoría de los partidarios del aborto no cometen esas atrocidades, pero ha de hacerles pensar hasta dónde llegan sus más concienciados correligionarios.

Desde el otro bando, han producido escándalo algunas declaraciones, especialmente las del ministro Fernández Díaz. Pero casi mejor: la sociedad tiene que entender que, para muchos de nosotros, el aborto siega vidas tan dignas como cualquiera otras.
Vivir en un Estado que ampara esa práctica nos produce problemas de conciencia y dudas sobre su legitimidad, que están bien que afloren y se confronten. Se llama tontos a unos, nazis a otros, y más cosas. Con una última barrera de mínima urbanidad, la cuestión lo merece. Es de justicia que nos destrocemos dialécticamente cuando a miles de fetos los destrozan -sin metáfora, consulten los métodos aplicados- en sus vientres maternos.














miércoles, 8 de mayo de 2013

La economía del amor




El matrimonio y el amor no tratan acerca de quién está equivocado y quién tiene razón; sino sobre quién está a tu lado.

artículo de Ben Stein / fuente: The American Spectator


Ben Stein escribe un reciente y ameno artículo en The American Spectator en el que habla sobre “la economía del amor”; ciencia que aplica a un caso práctico. Recuerda cómo un viejo profesor de economía le explicó que “la economía trata sobre la asignación de los bienes escasos”. Esta definición perfecta se puede aplicar sobre el más escaso y más preciado de todos los bienes: el amor.

Un pariente muy cercano de Stein, T, casado hace cuatro años con una joven y hermosa mujer, fue a su casa para ver el torneo americano de la Super Bowl. Al entrar, Stein observó que T estaba agitado y muy molesto por un contratiempo que había tenido esa mañana con su esposa. Según él, ella le había respondido muy mal cuando él le preguntó por qué estaba tomando una ducha por la mañana en vez de por la noche.

Stein intentó tranquilizar a su amigo y le dijo que se trataría de una broma, pero T no lo creía así y continuaba histérico. Sin embargo, el fútbol lo tranquilizó temporalmente. Para Stein, el mayor programa de promoción de la salud mental en el país, tal vez en el mundo, es la difusión televisiva de eventos deportivos de primer nivel.

T volvió a la carga diciendo que quería que su mujer le pidiera disculpas. Stein, con más experiencia, le ofreció varias reflexiones: “Discusiones entre maridos y esposas, especialmente jóvenes, son solo una parte del paisaje. Son inevitables. Cuando las parejas casadas son jóvenes, aún no han aprendido que el activo real en su vida no es su ego o el orgullo individual. La gran ventaja es el matrimonio mismo”.

El joven pariente insistía en que quería que ella se disculpase. Stein le hizo ver que, de vez en cuando, “ella se exaspera y estalla, pero su amor por ti es abrumador… ¿Qué harías si ella te dejara?” Sin dudarlo un momento, T dijo: “me mataría”.

“Eso es lo que pensé que ibas a decir” , respondió Stein, que continuó con su argumentación: “En ese caso, ¿por qué quedarte enfadado con ella y propiciar el más mínimo riesgo de que pudiera hacer eso? ¿Por qué no haces un esfuerzo por mantener la calma y dar tiempo para sanar la situación, a la vez que usas palabras amables? (…) El más raro de los tesoros es el amor de una buena mujer o un hombre. Es el más escaso de los bienes en este planeta. No hagas nada que pueda, incluso remotamente, exponerte a perder el amor de tu mujer”.

Stein veía que su tratamiento iba haciendo efecto y prosiguió: “¿Por qué no le envías ahora un texto que diga: sé que no soy el mejor marido. Sé que te lo he hecho pasar mal una y otra vez. Pero sé que eres la mejor esposa que existe. Estoy en estado de asombro perpetuo por tenerte como mi mujer. Pero aún así, lo que me dijiste esta mañana me dolió profundamente. No es nada comparado con todo lo que compartimos. Por lo tanto, vamos a dejarlo atrás y seguir adelante… Y, por supuesto, te quiero más cada día y solo quiero que nos mantengamos unidos, más que nada en el mundo”.

El economista del amor explicaba a su joven amigo: “El matrimonio y el amor no tratan acerca de quién tiene razón y quién está equivocado (…) El amor y el matrimonio tratan sobre quién está a tu lado. Lo clave para ti es formar una de las parejas que todavía están juntos cuando llevan 50 años en el camino (…) Invierte en la paz de la mente; no en el pillaje y el saqueo de la autoestima de tu mujer. La paz es hermosa y los dividendos que paga la paz en el matrimonio son inmensos (…) El único activo que realmente significa la vida o la muerte para vosotros es estar juntos. La inversión en la paz en tu propia vida es la mejor inversión que puede hacer (…) El valor del bien a adquirir, solo por unas pocas palabras amorosas, es simplemente incalculable”.

Stein citó a su amigo Jesse Jackson, quien tenía una gran frase que utilizaba cuando se encontraba en una pelea con alguien: “Pasemos del terreno de batalla a un terreno común, a tierras más altas”. “El terreno común, cuando estás tranquilo, es saber que el amor de tu esposa es tu activo más valioso, el que más felicidad te produce”.










lunes, 6 de mayo de 2013

Nostalgia del padre


Las series televisivas son hoy las ficciones más influyentes, continuación de los grandes relatos de la literatura popular. Por eso es interesante ver cómo reflejan los distintos papeles en la familia, en un mundo en que la figura del padre está desvaída.



reportaje de Cristina Abad / www.scriptor.com





Vivimos la edad de oro de la ficción televisiva. Nunca hasta ahora se había producido tal eclosión de series de televisión y, lo más curioso, en muchos casos sin televisor y sin serialidad en el visionado. Internet se ha convertido en el catalizador, capaz de acelerar, inducir y propiciar la creación y la recepción de las historias de siempre.



Porque, ¿qué son al fin y al cabo las series sino la continuación de los grandes relatos de la literatura popular que han fascinado al público desde los albores de la humanidad? Nos gusta que nos cuenten historias porque nos gusta que nos cuenten nuestra propia historia.



Personalidades del mundo académico, creativos de series y apasionados de la ficción televisiva han discutido sobre la figura del padre en la ficción seriada, en el marco de un congreso celebrado en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma (PUSC) entre los días 22 y 23 de abril.



No podemos saber qué pensaría Aristóteles del detective Kurt Wallander, personaje creado por el escritor sueco Henning Mankell y protagonizado por Kenneth Branagh para la serie Wallander de la BBC, expresión del género “nordic noir”. Según el profesor Juan José García-Noblejas, el estagirita reconocería las reglas de la mímesis que estableció en su Poética: “La actividad de mimetizar es propia de la naturaleza humana, porque en ese proceso aprendemos a conocer, también a conocer el mal”.



“Wallander –explica el profesor de Teoría General de la Comunicación de esta Universidad– es un buen policía pero no es buen hijo, ni buen esposo, ni buen padre. Tiene un gran desconcierto respecto de la sociedad en la que vive y se esfuerza en batallar por la piedad respecto de su padre y busca ser acreedor de honor por parte de su hija, las dos grandes tendencias de la ética social”.



Fronteras borrosas

¿No es acaso esta nuestra propia historia? Costanza Miriano, periodista de la RAI y escritora, pone el dedo en una de nuestras llagas contemporáneas: “Las fronteras entre el bien y el mal se vuelven borrosas, también los roles padre-madre tienden a uniformarse. Antes la madre protegía y el hombre marcaba el camino. Hoy no hay jerarquía interna, ni autoridad”.



Y el director de la revista de crítica cinematográfica y televisiva Fila Siete y profesor del Centro Universitario Villanueva, Alberto Fijo, como el cirujano que entra en el quirófano, examina esas manifestaciones de la enfermedad a la luz de un texto de Juan Orellana: “Una de las características evidentes de nuestra civilización posmoderna es el cambio de rol de la
figura paterna, o más bien su progresiva disolución y difuminación”.



Para concluir, Mons.Luis Romera, rector de la PUSC, con un diagnóstico de disfunción: “Según Bauman, la autonomía da derechos que no podemos vivir de hecho porque el ser humano no es autónomo. El padre es la figura que da la vida, que protege, que trasmite el gran valor de lo humano: el que abre el espacio de la libertad. Cuando se cae en el paternalismo o en el autoritarismo, entra en crisis”.



En ese arco de posibilidades y en la ausencia del padre encontramos a muchos de los protagonistas de la ficción televisiva actual.



Paternidades periféricas y vicarias

Fijo ve la figura del padre en las series como recurso más que como tema, como pilar sobre el que se construye las aventuras del “héroe”, en particular en la serialidad británica contemporánea.



Downton Abbey, Luther, The Hour tienen en común ser series “vivas”, emitidas en abierto por cadenas públicas y con guionistas británicos que han dado el salto al cine. “Ese héroe es el hijo que no tiene padre o que ha perdido la relación con él o que la tiene, pero tremendamente desvirtuada –asegura–. Matthew Crawley y John Luther no tienen padre. Freddie Lyon lo tiene pero se trata de lo queda de un padre”.



“Paternidad periférica hay, y mucha, en The Hour –continúa–. Freddie Lyon pierde tres padres (el suyo, Clarence y Lord Elms), juguetes rotos en un guiñol donde los que manejan los hilos son personajes por así decirlo sin familia, absolutamente consagrados a la maquinación. El protagonista de Luther no se hace a la idea de estar sin su mujer. Esquizoide, abrumado por el mal, se enfrenta a él y se rompe, porque no tiene donde reponerse. Su refugio, su medicina, será cuidar de los demás, en una suerte de paternidad vicaria: hacer las veces de padre de gente que o no lo tiene o lo ha eliminado de su vida”.



“Robert y Matthew, las figuras paternas en Downton Abbey, son la tradición, en dos estadios evolutivos. La modernidad les afecta, una modernidad que rebota en el frontón femenino. Celos, lealtad, soberbia, venganza, perdón se ponen en marcha con el concurso de personajes masculinos que el guionista Julian Fellowes modela con mucha habilidad, convirtiéndolos en reactivos que hacen cambiar a las mujeres”.



El padre que cae

Precipitándose como esposos y padres, y con gran sentimiento de culpabilidad, tenemos a los personajes principales de las series de cable estadounidenses. Según Paolo Braga, profesor de la Università Cattolica del Sacro Cuore, Mad Men, Breaking Bad e In Treatment tienen en común que se transmiten por canal de pago, tienen un padre por protagonistas y están basados en un esquema dramático común: la crisis de la edad del personaje principal que tiene o comienza una doble vida. En el origen de esta fórmula encontramos Los Soprano (HBO, 1999). Más atrás toda una tradición de ficción televisiva basada en la crisis existencial que bebe de un patrimonio de la literatura contemporánea, “de Salinger a Carver y Cheever, a través de Miller y Mamet”.



“Mad Men no es una serie enteramente dedicada al tema de la paternidad –dice Paolo Braga–, pero esta cuestión se encuentra cerca del corazón de la historia”. “Don Drapper es un padre desprovisto de puntos de referencia. Un hombre que tiene una hermosa familia y éxito en el trabajo, pero que está cayendo en picado”, como bien expresa la presentación del personaje en caída libre desde un rascacielos de Madison Avenue. La serie trata de las expectativas: “El choque entre lo que quiero y lo que quieren de mí”. La publicidad es la concreción en la serie de expectativas metafóricas de los demás y el humo de los omnipresentes cigarrillos simboliza esta tensión no resuelta entre las expectativas internas y externas.



Mr. White, de Breaking Bad, es un profesor de química que sabe que sufre de cáncer, y comienza a producir drogas sintéticas en secreto para ganar dinero y apoyar económicamente a su familia cuando muera: “una mezcla entre Mr. Chips y Scarface”. “La cuestión de fondo es: ¿hasta dónde se puede caer en la transformación de un personaje? La serie explora el tema de la responsabilidad moral. Para ser más precisos, el tema de las consecuencias de una conducta inmoral”.



El psicoanalista Paul Weston de In Treatment es un profesional serio, convencido de la utilidad de su trabajo, una persona equilibrada con una esposa hermosa y a su altura, un padre que sabe cómo hablar con sus hijos, y que en la primera temporada asiste al propio derrumbe de esa autoimagen positiva y a la pérdida del sentido de la ética.



Sin embargo, como espectadores podemos empatizar con los tres. “La estrella de Mad Men hace cosas equivocadas, no es un moralista pero tiene un sentido moral parcial, vive en un malestar existencial del que es consciente”, sobre todo en momentos de soledad. “Mr. White ama a su familia. Lo que hace, lo hace por ellos. Y despierta en el espectador la admiración, la compasión, el amor y la esperanza de redención”. “Paul Weston, a pesar de la caída de la existencia, es un buen profesional, hay repercusiones de su trabajo que hacen comprensible su disolución como psicoanalista. Actúa mal pero es consciente de estar equivocado”.



¿Por qué enganchan las series?

Alberto Nahum García, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra, alude a cinco factores que explican por qué enganchan las series.



En primer lugar, la distribución marcada por la globalización, que ha servido para extender contenidos de calidad. “Medio mundo amaneció antes para ver en directo el final de Lost. Hablamos de la TV como la caja tonta, pero en realidad es una caja muy lista que se ha emancipado y ya no necesita de un único receptor”.



En segundo lugar, el producto, que ha experimentado un salto de calidad. “Se han roto las fronteras entre TV y cine. Hay una gran tradición, sobre todo en EE.UU., donde cada vez más cineastas y actores maduros se pasan a la TV”.



También, la ambientación temática, marcada por una “ambigüedad, un gris moral” (Breaking Bad, The Shield), que reta constantemente nuestra conciencia, a lo que contribuye la ‘libertad’ del cable (más violencia, más sexo), la posibilidad de ahondar temporalmente en conflictos que requieren tiempo, y de tratar cuestiones políticas, como vemos en Homeland, 24, The Americans.



Por último –señala García–, la sofisticación de las historias, para lo que las series se han convertido en campo ideal de guionistas (posibilidad de contar la historia a fuego lento, como en Fringe; o de tener 25 minutos para hablar, como en In Treatment), incluso volviendo sobre sí misma hasta “romper la cuarta pared”. Y las narrativas trasmedia, en las que el espectador es actor y creador, reina y gobierna: ve la serie cuando quiere, la deja, habla sobre ella, etc.



Alberto Fijo da un paso más. “Vivimos la edad de oro de la ficción seriada televisiva, con unos niveles de escritura, realización y diseño de producción nunca vistos. Pero, como decía Joubert, ‘los primeros poetas o los primeros autores volvían sabios a los locos. Los autores modernos buscan volver locos a los sabios’. Basta asomarse a buena parte de la producción del cable norteamericano para extender un cheque en blanco a Joubert. Se multiplican los relatos que buscan desesperadamente la atención de los productores, que, a su vez, se las ingeniarán para ganarse la fidelidad de un espectador que no es el espectador que hemos conocido hasta el año 2000, sino lo que llamaremos el espectador posmoderno, el espectador-seguidor, que se ha quitado el yugo de los programadores de TV y consume series en Internet. Es el espectador que ha soltado el mando y ha empuñado el ratón o levantado el índice para descargarlo sobre la pantalla del iPad”.



Las series no son la vida

Recogiendo la llamada de atención de Roger Silverstone sobre el “peligroso trasvase” entre el mundo de los medios y nuestro mundo, García-
Noblejas concluye algo evidente pero no por ello recordado: que el mundo de la ficción televisiva no coincide con nuestro mundo real.



Es preciso “reconocer la fragilidad y porosidad de nuestra frontera”, que se debe –según Silverstone– a que “las infinitas pequeñas historias de los medios sustituyen a las grandes narraciones del mundo: las ideologías, las filosofías, las religiones”.



Con frecuencia nos identificamos con los personajes, como personas de referencia para nuestro mundo real. Y esto, explica el profesor, es un error. “La ética está en la capacidad de comprender los principios de acción que el hombre tiene. No siempre vale la identificación final con los personajes, porque éstos no tienen en sí mismos los principios de las acciones, que de ordinario vienen con las historias que incluyen a esos personajes”.



Saber contar buenas historias

Llegados a este punto, ¿es misión del cine o de la televisión transmitir valores? Alberto Fijo lo tiene claro: “El cine está para narrar y la ficción seriada también, no para transmitir valores”, además de que “no creo en los valores sino en las virtudes”. “En The Good Wife, hay pocos valores y sin embargo es interesantísimo el modo de abordar la cuestión de la paternidad. Lo importante es procurar la formación de la gente y saber cuándo está preparada para ver determinada cosa”.



Costanza Miriano apostilla: “Me preocupa enormemente el problema de la estupidez. Creo que la inteligencia es tan importante como la verdad. Yo no tengo tiempo de ver series, creo que la única que me ha enganchado ha sido The Newsroom. No puedo estar de acuerdo con lo que veo pero no por ello resulta poco instructivo”. “Realmente –añade Fijo– un niño expuesto a algo aparentemente inocuo como Disney Channel muchas horas al día puede caer en la estupidez”.



Armando Fumagalli, profesor de la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán y consultor de guiones para la productora Lux Vide, que presentó su libro Creatividad al poder, De Hollywood a Pixar (pasando por Italia), puso algunos ejemplos que ponen de manifiesto las posibilidades de conciliar el conflicto dramático con una visión positiva de la paternidad.



En particular mencionó la miniserie sobre Ana Karenina, en la que se da relieve a todas las historias, y se recupera la importancia como contrapeso de la pareja Levin-Kitty. Habló también de tres series de éxito en Italia donde priman buenas figuras paternas: Don Mateo, Que Dios nos ayude y Me he casado con un policía.



En busca de la catarsis

La cuestión de fondo es que muchas de las series mencionadas “muestran y al mismo tiempo ponen en tela de juicio el desequilibrio vital que supone centrarse en las responsabilidades de la ocupación profesional, cuando esto sucede en detrimento de la vida familiar”, comenta el profesor García-Noblejas. “Ofrecen una salida a la misma situación que retratan, que apunta hacia el principio moral de hacer bien el bien, o de hacer lo que se tiene que hacer y hacerlo bien”.



Es lo que sucede, por ejemplo, con Wallander. “Nos enfrentamos a un mundo contextual con un estilo de vida que en principio podría parecer envidiable pero que constituye un estado de cosas muy críticamente explorado y juzgado por los profesionales que idearon y produjeron estas series”.



“Han sido sus respectivos públicos nacionales, añade, quienes –viviendo como ciudadanos en un contexto semejante al realísticamente dramatizado–, no solo han convertido unos bestsellers (como los de Mankell) en blockbusters, sino que también han convertido en un acontecimiento social las series producidas por Danmarks Radio (DR), la televisión pública danesa, concebidas como provocación al debate acerca de los asuntos cívicos presentados, sin dejar de ser un entretenimiento de calidad”.



Hay en los personajes del “nordic noir” –concluye el profesor de la PUSC– una especie de nostalgia, es decir, de sentido de ausencia de un patria, una familia y unos amigos, que no están en ninguna arcadia feliz del pasado, sino que se encuentran en un futuro deseado y que se ha de traer al presente para que las cosas no continúen siendo lo que ahora son: el tono ético-político y estético con que su vida llega al espectador dice: “nuestra realidad es así, pero no queremos o no quisiéramos que siguiera siendo así para nuestros hijos”. “En este sentido, son catárticas”. “Siguen –añade Paolo Braga acerca de las tres series citadas por él con anterioridad– una narración lineal claramente trágica, una forma de contar historias que enseña a través de la negación”.



Ejemplos de esta catarsis han sido expuestos tanto en ponencias como en comunicaciones a lo largo del congreso sobre “La figura del padre en la serialidad televisiva” con títulos como “Fringe, desesperación y redención de un padre”, “Los Soprano. El conflicto de vincular dos mundos irreconciliables: el crimen y la vida familiar”, “La catarsis incompleta de Father&Son” o “¿Un sicario nace o se hace?, Claves narratológicas del éxito de la webserie The Confession”.