martes, 30 de junio de 2009

Conduccción sin exclusiones


Había una vez, en un país muy lejano, unos expertos en seguridad vial a quienes se les ocurrió la idea de que las multas eran clasistas. Y ciertamente lo son, porque una misma multa para una misma infracción es un castigo menos grave para quien tiene mucho dinero que para quien tiene poco. También consideraron que era clasista la retirada del carné, porque retirar el carné es un castigo más leve para el que conduce por gusto que para quien lo hace por necesidades de su trabajo. Además, un policía de tráfico, por muy honesto que sea, es un ser humano, y puede equivocarse. En esto tampoco estaban equivocados, un cierto porcentaje de multas y retiradas de carné son, inevitablemente, injustas. Para eliminar estas desigualdades e injusticias elaboraron una ley que despojaba a los policías de tráfico de toda autoridad, y suprimía las multas y las retiradas de carné. Esta nueva ley, que pretendía no excluir a nadie del derecho a la libre circulación, se denominó “Ley Orgánica de Conducción Sin Exclusiones”, aunque abreviadamente se la llamaba por sus siglas, la LOCSE.

Lo que sucedió después es lo que cualquiera, sin ser experto en seguridad vial, podía haber previsto: aumentaron los accidentes y la circulación se convirtió en un caos. En apariencia no se excluía a nadie, porque a nadie se le imponían multas ni se le quitaba el carné. En la práctica, se excluyó a los buenos conductores, que no se atrevían a utilizar el coche. Pero esta evidencia no hizo ninguna mella en el ánimo de quienes elaboraron la susodicha ley.

Después de constatar este empeoramiento de la situación, los expertos y especialistas en la materia se pusieron a estudiar las causas del fenómeno.

Unos dijeron que lo que hacía falta era más educación ciudadana, otros que el aumento de accidentes no era más que un síntoma de una sociedad cada vez más violenta y competitiva, y los de más allá echaron la culpa, ¡como no!, a la televisión, que constantemente da ejemplo de conductas antisociales y violentas.

También hubo quien dijo que parte del problema era debido al aumento de la emigración, como si un emigrante tuviera que ser a priori peor conductor que un aborigen. Ni por asomo se les ocurrió que la LOCSE pudiera ser una mala ley, esta posibilidad ni se consideró.

La oposición planteó preguntas en el parlamento y el gobierno creó comisiones de estudio, las cuales elaboraron unos informes plagados de números, gráficos y estadísticas. También gastó ingentes sumas de dinero en pagar a expertos en seguridad vial, que asesoraran y dieran cursillos a los conductores. Algunos de esos expertos no habían conducido en su vida, pero no por ello eran menos sabios. Los títulos de algunos de esos cursillos eran “Cómo resolver conflictos en la carretera”, “Seguridad vial y feminismo” y “Creatividad al volante”.

Pero todo era inútil. Siguió aumentando el número de siniestros, hasta que por fin un día, a algunos ciudadanos de ese país, a quienes les daba exactamente igual parecer políticamente incorrectos, se les ocurrió decir que todos los informes elaborados por los expertos eran pura charlatanería, y que la única solución estaba en reinstaurar las multas y las sanciones, por muy represivo y frustrante que esto pudiera ser, y por mucho que, irremediablemente, diera dar lugar a algunas injusticias y desigualdades.

Los expertos encargados de estudiar el tema se apresuraron a decir que esos ciudadanos eran unos nostálgicos, que añoraban tiempos pretéritos, y que no habían entendido el espíritu de la LOCSE, y que lo de volver a poner multas era una solución demasiado simple para un problema que en realidad era muy complejo.

También los policías de tráfico se quejaron, argumentando que, desprovistos de toda autoridad, su tarea se había hecho imposible. Los expertos respondieron que era muy cómodo cargar toda la culpa de una situación disparatada sobre la ley que había creado el disparate, y que en el problema todos tenían su parte de culpa, de modo que lo que necesitaban los policías de tráfico era hacer una autocrítica. Y también que debían cambiar su mentalidad, a fin de adecuarla a los nuevos tiempos.

Pero los accidentes siguieron en aumento, y entretanto los expertos siguieron ganando sus buenos dineros asesorando, redactando informes e impartiendo cursillos. Incluso uno de los máximos responsables de la LOCSE fue nombrado para un importante cargo cuya misión, entre otras, consistía en asesorar a los países latinoamericanos sobre seguridad vial.

Y así termina mi cuento.

Ricardo Moreno Castillo




sábado, 20 de junio de 2009

Apostasía sindical


Dicen los que se declaran ateos y anticlericales que el Estado no tiene por qué financiar a la Iglesia Católica y que ésta debe autofinanciarse. Y muchos, apuntándose a esta moda, hacen incluso apostasía de la religión católica.

Están en su derecho, ¡faltaría más!; pero con esos planteamiento, cabe preguntarse: ¿por qué los que nos declaramos políticamente “ateos” tenemos que financiar con nuestro dinero a los sindicatos afines al Gobierno? ¿Por qué no se autofinancian ellos con sus “feligreses”?. Este año, recibirán del estado 18 millones de euros más, que servirán para que ¡300.000 liberados! (liberados de todo trabajo, se entiende) sigan viviendo sin dar ni golpe.

¿Por qué en la declaración de la Renta no se pone una casilla para recaudar voluntariamente ese dinero?

Hay una diferencia: mientras el dinero que recauda la Iglesia se emplea en ayudas al necesitado, el que reciben los sindicatos que se llaman “obreros” (yo los llamaría “zánganos”) es para que sigan mamando de la ubre. Invito a los verdaderos trabajadores a declararse “apóstatas sindicales”, y que la cuota que paguen la empleen en ayudas humanitarias.

Antonio Bravo
Madrid





viernes, 12 de junio de 2009

10 tópicos abortistas

¿Por qué son injustos los tres supuestos de despenalización?
Despreciar la vida con el criterio de un mero plazo de tiempo es inhumano. Pero no es más humano suponer que otras circunstancias hacen indigna la vida.

Juan Cruz Cruz / Santiago Mata
Gaceta, publicado el8.01.2009

TÓPICO I
La mujer es dueña de su cuerpo

El feto se considera asimilable al organismo materno y eliminable como un trozo sobrante. Parece que tener un hijo concerniese exclusivamente a la mujer.

La realidad es que el óvulo fecundado o cigoto posee, reunidos en parejas, 23 cromosomas de la madre y 23 del padre. El ser fecundado es un individuo irrepetible, dotado de una estructura genética única, programada por el ADN, distinta a la de la madre.

Nadie se ha dado a sí mismo ni el cuerpo ni ningún componente de su ser. El padre y la madre son dueños del acto sexual, pero no del fruto de ese acto. Aunque jurídicamente la mujer sea dueña de su cuerpo, éste también es un núcleo de responsabilidades sociales, por ser el lugar en el que ha comenzado una nueva vida. Y esta vida nueva plantea derechos y responsabilidades. La responsabilidad que contraen la mujer y el hombre al engendrar no conlleva un derecho de condenar a muerte al hijo.

El nuevo ser depende de condiciones externas, ambientales y maternales; pero eso no añade nada a su ser sustancial, ni lo define como parte del organismo materno. Tampoco después de nacer puede un niño vivir independientemente de la madre o de los cuidados apropiados. No es independiente hasta la madurez. A este niño, ¿cabría negarle el derecho a seguir viviendo?

TÓPICO 2
El embrión es una masa sin actividad ni personalidad

Lo que crece en el vientre de la mujer no es un ser humano. A lo sumo el embrión es un proyecto, una posibilidad, un dibujo remoto de una persona. Carece de identidad orgánica y genética. No es viable.

a) Identidad genética. Los conocimientos biológicos confirman que en los 46 cromosomas del óvulo fecundado están ya inscritas todas las características del individuo: sexo, talla, color de los ojos y de los cabellos, forma del rostro y hasta temperamento.

El embrión muestra una enérgica individualidad en su funcionamiento. Al sexto día, con sólo milímetro y medio de longitud, comienza a estimular, con un mensaje químico, el cuerpo amarillo del ovario materno para suspender el ciclo menstrual y no ser expulsado. Es una primera afirmación de autonomía. Al decimoctavo día de vida (cuatro después de la falta de la regla) empieza a formarse el cerebro. Su minúsculo corazón late desde el día 21. A los 45 días después de la falta de la regla, el embrión mide 17 milímetros de largo. Tiene manos, pies, cabeza, órganos y cerebro, pudiéndose registrar ondulaciones en el electroencefalograma. A los 60 días de la falta, funciona ya su sistema nervioso. Después de la concepción, no hay un paso del no ser al ser humano. La vida humana está siempre en despliegue, y sólo relativamente pueden distinguirse fases en ella.

b) La viabilidad es también relativa: hace cuarenta años un niño era viable a las 30 semanas. Hoy puede serlo a las 20 semanas; y sobran indicios para pensar que en breve lo pueda ser a las 12 o 15 semanas.
¿El embrión es sólo humano si tiene actividad eléctrica cerebral?

Es cierto que el cerebro es el sustrato biológico necesario de toda actividad intelectual humana. Cuando la actividad cerebral falta, se obtiene un electroencefalograma plano. Puesto que el electroencefalograma de un embrión es plano hasta la octava semana del embarazo, ¿significa eso que no es vida humana?

Aparecen aquí dos nuevas cuestiones: en primer lugar, el problema decisivo de saber si lo que otorga carácter humano al embrión es primariamente el funcionamiento del cerebro. En segundo lugar, si pueden equipararse las dos situaciones aludidas de no funcionamiento del cerebro: la actividad que no ha aparecido todavía y la que ya ha desaparecido.

a) El embrión tiene carácter humano desde el momento de la fecundación. El dato básico de toda la Biología moderna es la célula, o sea, la más pequeña cantidad de materia que reúne todos los requisitos de un sistema viviente. El hombre es un ser pluricelular, cuya individualidad biológica se constituye en la célula originaria, que surge al fusionarse la célula reproductora masculina con la femenina.

A los 43 días de la fecundación se detecta ya una actividad eléctrica cerebral subcortical; a los 90 días aparece la actividad eléctrica cortical. Este desarrollo cortical del cerebro es a su vez muy lento. Ni siquiera el niño recién nacido posee la plenitud del despliegue cortical; es más, puede decirse que el recién nacido se comporta como un ser falto de corteza cerebral, ya que no ha culminado en su sistema nervioso ni la mielinización ni la formación neuronal. Sólo hacia los seis años queda acabado anatómicamente el cerebro.

Si el criterio diferenciador de la vida humana fuese la existencia y funcionamiento, más o menos perfectos, del cerebro, entonces ni el recién nacido estaría en situación de ser considerado como pleno ser humano. Negar al embrión sin actividad cerebral la condición de hombre es tan falaz como negar la condición humana al adolescente porque todavía no es adulto.

b) Por lo dicho se comprende que no pueden equipararse las dos situaciones de no funcionamiento del cerebro: la del que no funciona todavía y la del que no funciona ya. En el caso de la muerte de un individuo es síntoma de un proceso irreversible. En cambio, en el comienzo de la vida embrionaria, es síntoma de una plenitud de potencialidades, rebosantes de vida.
¿Puede decirse que el feto no tiene ni alma ni personalidad?

No puede decirse que la inteligencia racional aparezca en el niño una vez acaecido el nacimiento. Los psicólogos explican que las funciones específicas de la inteligencia, como intuir, razonar y abstraer, llegan a su plenitud en la adolescencia: ni siquiera están acabadas en la infancia.

El tópico confunde la posesión de inteligencia con su ejercicio actual. La inteligencia racional, como facultad espiritual cognoscitiva del hombre, se despliega en la medida en que el sustrato orgánico o cerebro lo permite. Pero puede permitirlo sólo porque está ya animado. El alma es el principio espiritual por el que el embrión humano desarrolla una corporalidad precisa y un cerebro complicadísimo que permite que se ejercite una de las funciones anímicas: el entender racional.

Incluso los autores que estuvieron a favor de que el alma racional no aparecía en el feto desde el principio, no por ello dejaban de considerar el aborto como un delito contra la vida humana que, según su opinión, era persona en potencia.

Porque aunque no tuviésemos certeza del momento exacto en que el alma humana entra en el cuerpo, no podemos matar un feto si solo es probablemente no humano, de la misma manera que no enterramos a un adulto que sólo está probablemente muerto.

TÓPICO 3
Una cosa es el 'aborto' y otra la 'interrupción voluntaria del embarazo'

Con la llamada ley del aborto sólo se presupone la interrupcion del embarazo; muchas personas que serían contrarias a un aborto avanzado, sin embargo son partidarias de la interrupción voluntaria del embarazo en sus comienzos.

El tópico supone que la falta de regla en la mujer por causa de embarazo puede considerarse como algo anormal que ha de atajarse en cualquier momento; por ejemplo, impidiendo enseguida la anidación del óvulo fecundado, mediante los llamados anticonceptivos orales, muchos de los cuales tienen efectos abortivos sobre el óvulo fecundado, efectos que son suavizados con expresiones como “control de la ovulación, reposo ovárico, regulador del ciclo”, etc.

De hecho estos anticonceptivos orales actúan primero sobre el hipotálamo, por cuyo mecanismo bloquean la ovulación; después sobre las trompas: bien con estrógenos que, al aumentar la movilidad, hacen que el óvulo fecundado llegue al útero antes de estar preparado para la anidación; bien con gestágenos que, al disminuir la movilidad, hacen que el óvulo llegue tarde al útero, cuando ya ha muerto por falta de nutrición. Asimismo el anticonceptivo actúa sobre la mucosa del útero, impidiendo que el endometrio quede dispuesto para recibir y anidar el óvulo fecundado.

La interrupción del embarazo, por contraceptivos orales en su primera fase, o por métodos más violentos en fases avanzadas, es siempre un aborto; o sea, un atentado que pone fin a una vida humana inocente. Al contrario de las cosas que se interrumpen, no hay modo de volverla a poner en marcha.

Tópico 4
Legalizar no es aprobar

La ley civil no coincide con la ley moral. Según este tópico, una ley del aborto no intenta promover abortos, sino regular su práctica sanitaria fiable. La ley ha de procurar el remedio para una situación, sin entrar en indicaciones éticas.

Los abortistas confunden realidad con situación de hecho. Esta última es la opresión de un hombre en un campo de concentración, en una explotación minera antihumana, en un aborto provocado. Realidad, en cambio, es el ser del hombre, cuyo desarrollo hay que favorecer. Y la ley no está para mantener situaciones de hecho, sino para lograr que el hombre alcance lo que potencialmente es, protegiéndolo y estimulándolo.

Si la función de la ley fuese consagrar las situaciones de hecho, tendría que ser así en todos los casos, y no sólo en el del aborto. Es cierto que la despenalización (y legalización) no convierte la acción criminal en buena. Pero las estadísticas muestran que, en la práctica, la despenalización del aborto ha implicado su aumento.
Este tópico se mezcla en los siguientes argumentos:
Bien está que la criatura nazca cuando es querida previamente por sus progenitores, pero si no la desean o no la han planificado, es una amenaza al equilibrio amoroso de la pareja. Este argumento responde a un enfoque individualista, propio de capitalistas y liberales. El mayor número de abortos se produce motivado por la afirmación de la libertad sin responsabilidades, o sea, por razones de conveniencia y bienestar.

Hay dos tesis capitales del invidualismo. Primera: que todos los hombres son buenos, libres e iguales por naturaleza, con derecho a esa forma de felicidad que se llama amor, buscado libremente. Segunda: que, por la bondad natural del hombre, las tendencias amorosas están en nosotros para que las sigamos, sin considerar sus consecuencias.

El individualismo ignora que el verdadero ámbito interpersonal es la unión moral de sujetos que realizan un fin conocido y querido por ellos: su bien común. En un ámbito interpersonal con unidad de fin y unidad de voluntades, las relaciones entre personas no están determinadas puramente por los individuos sino por el bien común. Aquí se cumple el adagio: el todo es más que la suma de sus partes. Y es así porque nosotros no nos hemos hecho sexualmente complementarios; ni físicamente aptos para procrear. Asumimos el proyecto de fecundidad en el hijo. Los esposos no son rivales, ni hace cada uno su negocio. Hay un consorcio de vida, una comunidad donde lo primario no es el acuerdo de voluntades, sino el fin por el que se unen libremente.

Una señal de la especificidad racional del hombre es que puede prever las consecuencias de sus actos y responder de ellos. Su conducta sexual no es una excepción. Traer una nueva vida es justamente uno de los fines del amor conyugal.

¿Lo engendrado es humano sólo si los padres lo aceptan?

Este argumento supone que la vida humana carece de valor intrínseco, independiente de lo que hacen los otros para hacerla verdaderamente humana. Responde al enfoque colectivista, propio del socialismo marxista y del fascismo nazi.

El colectivismo subraya algo cierto: que el hombre vive en sociedad. Su inteligencia, su voluntad y sus sentimientos no podrían desplegarse adecuadamente sin la presencia de los demás. La sociedad no es una simple suma de individuos, sino la suma de esos individuos, más unas relaciones originales que tienen leyes propias. Pero esas relaciones no son el hombre, sino que son del hombre, cuyo ser es más original y profundo que las relaciones que lo ligan a los demás.

La persona posee anterioridad natural respecto de la sociedad, de tal manera que sus derechos no le vienen del medio social en que vive, sino de su condición sustantiva de ser persona.

Tópico 5
La ley que penaliza el aborto es represiva, en cambio la que lo liberaliza es democrática

Es de aplaudir la reforma de leyes represivas cuando éstas se dirigen a limitar o impedir la libertad debida del individuo; pero no cuando coartan las acciones de una libertad que atenta contra el derecho de otra persona, en nuestro caso el niño no nacido. La madre sabe que la ley del aborto ha sido represiva sólo para el hijo que ha llevado en sus entrañas.

¿Exigen la democracia y el pluralismo ideológico despenalizar el aborto?

De ningún modo es aceptable que la mayoría pueda decidir acerca de lo que es o no conforme con el bien natural del hombre. En tal caso desembocaríamos una vez más en la tiranía de la mayoría. En el aborto, nadie ha pedido su opinión al que está por nacer a propósito de si quiere o no nacer, ni se le podría pedir. Lo único que aquí cuenta es la naturaleza del embrión, cuya tendencia fundamental es a seguir siendo. No se trata de una materia opinable, sino del hecho cierto, atestiguado por la ciencia, de una vida humana, que no espera para ser real el acuerdo en las opiniones de los mayores.

Quien debe ser respetada es toda persona, no toda opinión, puesto que hay opiniones falsas como la que sostuviera la licitud del aborto. No se puede invocar la libertad de opinión y la democracia para atentar contra los derechos de los demás, especialmente contra el derecho a la vida de un inocente.

El tópico olvida que análogamente a como la libertad cuenta con condicionamientos naturales, también tiene en la conformidad con la ley moral su meta: se trata de un vínculo que no es establecido por la propia libertad. Y el verdadero progreso está en que la actividad del hombre y las leyes sociales se conformen cada vez más a esa meta moral.

Jean Toulat, autor de Le Droit de naitre, afirmaba en Le Monde: “la actitud de progreso consiste en promover una real libertad de no abortar. Hay que tomar medidas de orden familiar y social para favorecer la protección de la vida. Estas medidas ayudarían a que la mujer evitara esta prueba del aborto”.

Tópico 6
Es necesario impedirlos abortos clandestinos

Se empieza acudiendo a casos dramáticos, confesiones de mujeres que han sufrido un aborto clandestino en pésimas condiciones sanitarias; a embarazadas que han muerto tras un aborto clandestino, etc.

La verdad es que como, una vez aprobado, no todas las mujeres pueden ampararse en la ley, se siguen produciendo abortos clandestinos. Ello lleva a liberalizar en mayor grado la ley, para que no exista discriminación y así consagrar el aborto a petición.

Christopher Tietze, experto en estadísticas sanitarias, asegura que es dudoso que en los países que aceptan legalmente el aborto haya descendido el número de abortos clandestinos. A la misma conclusión llegan los doctores Hilgers y Shearin.

Y es que muchas personas, para evitar la publicidad y oficialidad, los papeleos, las certificaciones, la inspección pública, con el riesgo de divulgación que acarrean, se inclinan por la clandestinidad del aborto. Sólo cuando a la sociedad se le haya extirpado la conciencia que dicta la inmoralidad de un crimen acabarán las mujeres sometiéndose al aborto en una institución pública, oficial.

Tópico 7
No se debe nacer para el hambre y la miseria. Es injusto que sólo puedan abortar los ricos

Es el argumento más hipócrita que se conoce: Podrías vivir, pero como quizá te falte cariño, medios de vida, etc., te mato.

El aborto permitido no va a nivelar las diferencias económicas, sino que va a extender un mal; y va a gravar las conciencias de las madres con una acción que ellas reconocen como injusta. Lo que se debe buscar no es facilitar tal acción, sino asistir en los momentos difíciles a las madres, evitándoles que sean víctimas de su debilidad.
Los médicos que practican abortos salen siempre favorecidos económicamente. Un médico abortista neoyorkino declaró en la revista Medical Economics: “En lo económico, después de tantos años de lucha, no puedo dejar de sentirme un poco como el tejano que cavó buscando agua y dio con petróleo”.

Con la legalización del aborto, se pretende que esta matanza la pague el contribuyente español, incluido el que rechace el aborto por razones científicas o incluso morales.

Si la sociedad no debe pagar este precio de sangre, ha de proporcionar a las madres que pasan por situaciones difíciles otras soluciones que no sean la del aborto. Y por lo que hace a los pobres, el Estado debe elevar su nivel de vida y hacer que su existencia sea cada vez más digna. No se elimina la pobreza eliminando a los inocentes o matando a los pobres.

Este milagroso remedio, aplicado a cualquier territorio tiene indiscutiblemente un efecto boomerang que acaba por golpear al país que lo aplica. Muchas naciones que practican el aborto (La peste blanca, según el título del conocido libro de Pierre Chaunu y Georges Suffert) están por debajo del crecimiento cero, demográfico y económico. Se encuentran en la vía del autogenocidio.

TÓPICO 8
Exigencias de la salud física y psíquica de la madre

Este tópico pretende justificar el llamado aborto terapéutico, destinado a eliminar al feto por razones médicas o terapéuticas: el peligro para la salud física o psíquica de la mujer.

a) Salud física de la madre. En los rarísimos casos en que se verifican las dos condiciones de peligro de muerte inminente y de seguro agravamiento del estado de la madre en el transcurso del embarazo —cardiopatías graves o formas nefropáticas crónicas—, la medicina está hoy en condiciones de salvar tanto la vida del niño como la de la madre. Hasta el punto de que es fácil hacer una intervención quirúrgica de corazón o recurrir al empleo del riñón artificial durante la gestación, sin perjuicio para nadie.

Cada vez son más imaginarios —o poco reales—, los casos en que hubiera que salvar una de las dos vidas a costa de la otra. Teóricamente sería lícito pretender la curación de la madre, aun cuando de modo indirecto y no pretendido se cause perjuicio al feto.

El aborto es indirecto cuando la muerte del feto se sigue como efecto, quizá necesario pero no principal, de un medicamento o de un acto médico (como la extirpación de un cáncer de útero) para curar una enfermedad de la madre. Aquí resultan dos efectos de una misma acción: uno bueno, directo y principal (salud de la madre), otro malo y secundario (muerte del feto). De estos dos efectos, uno es el buscado y otro el que puede seguirse de un modo incidental.

b) Salud psíquica. La alteración nerviosa puede estar causada o bien por la futura existencia del niño —no deseada o temida desde el comienzo del embarazo—, o bien por la gestación en sí misma, como fenómeno fisiológico.

En el caso del niño no deseado, la pérdida de la serenidad psicológica podría servir como argumento para quitar la existencia a todo hombre adulto que alterase a otro. En el caso de que la gravidez fisiológica provoque alteraciones nerviosas (esquizofrenia y psicosis maníacodepresivas), los neurólogos y psiquiatras más autorizados afirman que “no conocemos, directamente por nuestra experiencia ni a través de escritos, casos de este tipo que exijan como única solución el aborto”. Así se expresa el neurólogo holandés J. J. Patrick.

La dificultad estriba en admitir sencillamente que el feto es una vida humana, por la que de alguna manera merece la pena aceptar algún riesgo medido, algún sacrificio no mortal por parte de la madre. La mujer, después del aborto, lejos de conquistar la serenidad psíquica, se ve sometida normalmente a un sentimiento de culpa y a una desorganización psíquica comprensible. “Las probabilidades de trastornos psiquiátricos serios y permanentes (después de un aborto) son del 9% al 59 %”, dice un estudio recogido en el Congreso de la Real Academia de Obstetricia y Ginecología de Inglaterra en 1966.

TÓPICO 9
Hay que evitar el sufrimiento de los hijos con malformaciones genéticas

En el fondo de este argumento no hay un sentimiento de piedad, sino un concepto equivocado del hombre, cuyo valor existencial es absoluto, intocable.

El hecho de que, como indica Rosalie Craig, nunca una organización de padres de niños retrasados haya favorecido el aborto, indica a las claras que el contacto directo y vivo con estos disminuidos ofrece la experiencia de que se trata de seres humanos, cuyo apego y disfrute de la vida tiene para ellos un valor absoluto.

Incide aquí un tópico ya expuesto: el feto no sería ser humano hasta que los padres lo aceptaran; sólo a través de las relaciones que estableciera con la comunidad podría hacerse hombre. Si una mujer, a través de exámenes médicos, sabe que su concebido tiene síndrome de Down, estaría en su derecho para rechazarlo. Un ser inútil —le dirán— es una carga social y nunca llegará a ser hombre. No se le puede imponer a la sociedad el peso de tal ser.

Ahora bien, ya vimos que la respuesta a dicho tópico es que el hombre no se reduce a la suma de relaciones que puede guardar con los demás; su esencia profunda reside en su índole espiritual, por la cual podrá ejercer, aunque sea tenuemente, la libertad. Nadie ha podido demostrar que un discapacitado carezca de pensamiento y de libertad, por disminuido que esté su ejercicio.

¿Nos hemos preguntado qué es un discapacitado para sí mismo? ¿Hemos considerado que para él su existencia, su vida, es lo único que tiene? ¿Qué pensarán los discapacitados físicos—tetrapléjicos, etc.— cuando oyen que lo mejor para ellos es no haber nacido? ¿Dirán que han tenido suerte de nacer porque al ser concebidos no existía todavía una ley que permitiera matarlos?

En una carta publicada por el desaparecido diario Ya el 10 de febrero de 1983, se leía:

“Soy una chica de 28 años que en el vientre materno sufrió una malformación, por lo que nacería sordomuda... Quisiera hacer patente la gran labor que hicieron mis padres por sacarme adelante y ofrecerme los medios posibles para desarrollarme tanto física como intelectualmente... Puedo decir que he conocido, aprendido y experimentado como la mayoría de las personas, excepto en una cosa, que es el sentido de la audición y del habla normal. Algo que, efectivamente, eché de menos con frecuencia, pero que jamás me quitó la alegría de vivir. También tuve la oportunidad de conocer a muchas personas, hombres y mujeres, que tienen otra deficiencia (ceguera, parálisis, retraso mental...) y viéndolas y hablando con ellas jamás tuve la imbecilidad de pensar que sería mejor para ellos renunciar a su primer derecho fundamental”.

¿Quieren las personas con discapacidades que las maten? La experiencia dice que no.

Quienes no dejan vivir a un ser humano al que consideran subnormal estiman que los contenidos de una calidad de vida son superiores a la vida misma. Una vida de escasa calidad no merecería ser vivida. El metro de esa calidad de vida es, para estos salvadores, meramente utilitario, a saber: hay calidad de vida cuando se está en el confort prefabricado (tener coche y electrodomésticos), en el bienestar sobreentendido, en el lujo ofrecido (viajar y gozar ilimitadamente del ocio), en el nivel intelectual de una sociedad consumista. Este es el único patrón por el que se mide y decide qué existencias son dignas o indignas de ser vividas.

El sufrimiento que posiblemente padezca un discapacitado en el curso de su desarrollo no lo podemos medir con la vara del sufrimiento de una persona con su total capacidad psíquica desarrollada. Jamás sabremos qué destino puede hacer un disminuido de sus escasas dotaciones. Pero lo cierto es que lo único que para él vale la pena es vivir. Los hijos deficientes y subnormales son, con frecuencia, los más queridos por sus padres, aun cuando antes de nacer hubieran sido no deseados.

Si el aborto es un sistema de prevención de la subnormalidad, prevenir los accidentes en carretera exigiría matar a todos los conductores. Si no se justifica la muerte del malformado ya nacido, ¿por qué se va a justificar la muerte del no nacido?

Es un racismo intolerable conceder la existencia sólo a los bien dotados. Ello llevaría análogamente a quitar la vida a los ancianos improductivos y a los enfermos incurables, etc. Eso hizo Hitler, ejecutando primero a los discapacitados, después a los asociales de las prisiones y finalmente a los judíos, considerados racialmente defectuosos. ¿Qué línea racional separa el matar a un no nacido del eliminar a un ser con alguna falta?

TÓPICO 10
Solución en casos de violación

Según este tópico, el aborto habría que permitirlo cuando el embarazo haya sido consecuencia de una violación, para evitar que una muchacha indefensa quede marcada por el horror y la vergüenza ante la sociedad.

Una vez más, hay que respetar los derechos del viviente humano, sin que ello pueda ser modificado por las circunstancias anormales en que se produjo el embarazo. Tales circunstancias atenúan la gravedad de la acción, pero no la modifican sustancialmente. Con el aborto sólo añade una nueva culpa a la anterior. El niño concebido es aquí inocente; no ha tenido parte ni culpa en la violación.

El injusto agresor de la mujer no es el niño, sino el violador. ¿Por qué no matar al violador? ¿Por qué el delito cometido por el padre ha de ser pagado con la vida por el hijo inocente? ¿Dónde hay en el mundo una legislación que sentencie a muerte al hijo de un criminal?

Conviene aclarar que el embarazo por violación es raro. Los Willke indican que un estudio llevado a cabo en St. Paul de Minneapolis sobre 3.500 casos de violación, durante un período de diez años, no pudo registrar un solo caso de embarazo. La circunstancia anormal en que una violación se produce impide la concepción. En España, los casos declarados en que se ha abortado bajo este supuesto han pasado de uno por cada 5.000 en 1996 a uno por cada 11.214 en 2007.

La angustia de la mujer violada (angustia que la sociedad y la familia tienen la obligación de comprender y dulcificar) no se elimina, sino que se incrementa con el trauma de muerte inhumana del hijo.


miércoles, 10 de junio de 2009

Yo acuso (España 2009)


LOS MUERTOS DE ATOCHA CLAMAN VENGANZA

Pedro J. Ramírez ( Director del Diario El Mundo ).
Actualizado martes 02/06/2009 10:01 horas

El 10 de enero de 1898, el prestigioso biólogo Émile Duclaux, director del Instituto Pasteur, publicó una carta en el diario parisino Le Siècle con la que abría lo que podríamos llamar el frente científico del caso Dreyfus. Sostenía que se había condenado a un inocente, denunciando la falta de rigor de la instrucción sumarial, la ligereza de la sentencia y la actitud de las autoridades, a las que presentaba encerradas en una cueva para no recibir la luz que podían aportar las pruebas caligráficas, el análisis químico de los documentos o el cálculo matemático de probabilidades.

Aunque sea imposible determinar cuál fue el impulso decisivo, es
evidente que este gesto estuvo entre los detonantes de la mucho más
extensa y célebre misiva que tres días después Émile Zola publicó en
L' Aurore con el título de J'Accuse. Si la ciencia entraba en liza en
pos de la verdad, ¿cómo no iban a hacerlo la literatura y el pensamiento crítico?

Ni Antonio Iglesias está al frente de una gran institución pública
-aunque méritos no le faltarían para ello- ni yo soy el Pedro Zola que
para bien o para mal pintan algunos. Pero, a cambio, su aportación
científica a la causa del esclarecimiento de lo ocurrido en Madrid el
11 de marzo de 2004 es mucho más concreta que la de monsieur Duclaux,
y yo supliré con constancia y empeño mis menores dones literarios.
En todo caso, desde el momento en que conocí el minucioso trabajo de
este químico perfeccionista y abnegado, me pareció que era nuestro
deber moral contribuir a divulgarlo para que el mayor número posible
de ciudadanos tengan elementos de juicio tan decisivos como los que
constituyen sus conclusiones.

Yo no sé lo que ocurrió el 11-M y el trabajo de Antonio Iglesias
tampoco lo desvela. Pero sí demuestra que lo que no ocurrió es lo que
dice la sentencia, porque en todos los restos de los focos se halló
dinitrotolueno y en el único que no había sido lavado con agua y
acetona se halló nitroglicerina, dos componentes que están en el
Titadyn y no en la Goma 2 ECO. Por lo tanto, es científicamente
imposible, químicamente imposible, molecularmente imposible por mucho
que lo afirmen la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo que "toda o
gran parte de la dinamita [que estalló en los trenes] procedía de Mina
Conchita", porque en Mina Conchita había Goma 2 ECO, pero no Titadyn.
La otra gran aportación de este trabajo son los sólidos indicios de la
manipulación policial de la investigación, brillantemente realzados
por el texto de Casimiro García-Abadillo, que más que un prólogo es
una auténtica hoja de ruta del estado de la cuestión. Puede decirse,
pues, que gracias a este libro ya sabemos por culpa de quiénes no
sabemos lo que ocurrió en el 11-M o, al menos, por culpa de quiénes
las posibilidades que un Estado democrático tiene de averiguar la
verdad sobre un atentado político de esa magnitud quedaron infamemente disminuidas.

Poner ahora a esas personas en la picota pública no sólo es un acto de
justicia compensatoria, sino que constituye posiblemente la última
esperanza de reactivar la maquinaria de las instituciones e intentar
limpiar -como escribió Zola- "la mancha de cieno" que ensucia nuestra
dignidad nacional.

Por eso, igual que hizo él hace 111 años -ojalá nos traiga suerte tan
perfecto capicúa-, yo acuso.

YO ACUSO al entonces comisario jefe de los Tedax, Juan Jesús Sánchez
Manzano, de mantener una línea de conducta supuestamente orientada a
la ocultación y manipulación de pruebas con flagrante incumplimiento
de sus deberes profesionales, al transgredir los protocolos sobre
recogida y almacenamiento de restos, al asumir unos análisis que no le
habría correspondido realizar, al no poner a disposición de la Policía
Científica los fragmentos obtenidos en los focos de los trenes, al
predeterminar la investigación con la muestra patrón de la Goma 2 ECO
de la que presuntamente salió también el explosivo colocado en la
Kangoo y al proporcionar al juez Del Olmo, a la Comisión de
Investigación parlamentaria y al propio tribunal del 11-M información
falsa o gravemente errónea, perjudicando una y otra vez la búsqueda de
la verdad de lo ocurrido.

YO ACUSO a la perito química de los Tedax con carné profesional 17.682
de mantener una línea de conducta supuestamente orientada a la
ocultación y manipulación de pruebas con flagrante incumplimiento de
sus deberes profesionales, al no redactar y entregar a sus superiores
un informe por escrito especificando los componentes de la dinamita
que identificó en los análisis realizados en el laboratorio de los
Tedax durante el mediodía del 11 de marzo de 2004 y al destruir la
disolución en agua y acetona de los restos empleados, impidiendo así
toda posterior verificación.

YO ACUSO al entonces comisario jefe de la Policía Científica, Carlos
Corrales, de incumplimiento de sus deberes profesionales al no
reclamar de forma fehaciente la entrega de los restos de los focos de
los trenes para su análisis en su laboratorio tal y como era
preceptivo.

YO ACUSO al entonces subdirector general de la Policía, Pedro Díaz
Pintado, y al entonces comisario general de Información, Jesús de la
Morena, de incumplimiento de sus deberes profesionales al consentir
expresa o tácitamente que el jefe de los Tedax no entregara a la
Policía Científica los restos de los focos de los trenes.

YO ACUSO al general Félix Hernando, responsable de la UCO de la
Guardia Civil, de mantener una línea de conducta supuestamente
orientada a la ocultación y manipulación de pruebas con incumplimiento
de sus deberes profesionales, al transmitir a la Comisión de
Investigación parlamentaria, al juez instructor y al propio tribunal
del 11-M información falsa o gravemente errónea sobre la investigación
de la trama de explosivos en Asturias y el papel de sus confidentes en
la misma, y al dar presuntamente instrucciones a su subordinado el
alférez Jaime Trigo para que tratara de destruir la nota informativa
que demostraba esa falsedad.

YO ACUSO al alférez de la UCO Jaime Trigo de mantener una línea de
conducta supuestamente orientada a la ocultación y manipulación de
pruebas al dirigirse al entonces segundo jefe de la Comandancia de
Oviedo, Francisco Javier Jambrina, y pedirle, según su testimonio
judicial, la destrucción de la nota que dejaba en evidencia a su
superior Félix Hernando.

YO ACUSO al actual comisario jefe de la Policía Científica, Miguel
Ángel Santano, y a sus subordinados Pedro Mélida, José Andradas y
Francisco Ramírez de mantener una línea de conducta supuestamente
orientada a la manipulación y ocultación de pruebas al "alterar" de
"forma inveraz" -tal y como ha establecido la Justicia- un informe
pericial que podía contradecir la versión oficial de lo ocurrido,
dejando patente que -al margen de la propia trascendencia de dicho
informe- existía una consigna política para orientar la investigación
en una única dirección.

YO ACUSO al mando de la Policía Científica Alfonso Vega, jefe de la
pericia ordenada por el tribunal del 11-M, de entorpecer la acción de
la Justicia al poner trabas al trabajo de sus compañeros y al alentar
en su propio informe al tribunal las más extravagantes teorías para
tratar de justificar la aparición en los análisis de componentes
químicos que echaban por tierra la versión oficial de los hechos.

YO ACUSO al juez Juan del Olmo de grave negligencia e incompetencia
profesional al permitir la destrucción de pruebas esenciales como los
propios trenes, al no asegurarse de que la Policía hubiera cumplido
los protocolos establecidos para el análisis de explosivos, al
concluir la instrucción sin tan siquiera contar con una prueba
pericial de lo que estalló en los trenes, al permitir el
incumplimiento de las normas de custodia de las pruebas, al orientar
unidireccionalmente las investigaciones y al perseguir con saña sin
"ponderación, mesura ni equilibrio" a los dos policías que podían
poner en evidencia algunos aspectos irregulares de las mismas, tal y
como acaba de establecerlo la Justicia.

YO ACUSO al juez Javier Gómez Bermúdez de negligencia profesional, al
incluir en la sentencia graves errores materiales de carácter fáctico
en relación al resultado de la pericia de explosivos; de
inconsistencia intelectual, al no reflejar en la sentencia las
consecuencias lógicas del resultado de la prueba pericial por él mismo
encargada; de incoherencia personal, al defraudar las expectativas por
él mismo alentadas cuando comunicó a las víctimas que algunos policías
irían "caminito de Jerez"; de frivolidad, imprudencia y posible
revelación de secretos, al colaborar en el libro de su esposa sobre el
juicio, y de manipulación política, al hacer una presentación sesgada,
tendenciosa y distorsionada de la sentencia. Vergüenza sobre
vergüenza.

YO ACUSO a los jueces Alfonso Guevara y Fernando García Nicolás de
negligencia profesional, al suscribir los graves errores materiales de
carácter fáctico incluidos en la sentencia, al respaldar las
inconsecuencias del ponente en relación al resultado de la pericia de
explosivos y al respaldar pasivamente su presentación sesgada,
tendenciosa y distorsionada de la sentencia.

YO ACUSO a la fiscal del caso, Olga Sánchez, y a su superior directo,
el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, de
negligencia profesional e incumplimiento de las obligaciones que se
derivan del Estatuto del Ministerio Público al impulsar una
investigación unidireccional, ceñida a la conveniencia del Gobierno, y
desdeñar el valor probatorio de la evidencia científica mediante
expresiones como: "En los trenes estalló Goma 2 ECO y vale ya" o "Da
igual el explosivo que se utilizara".

No, no da igual el explosivo que se utilizara porque si, tal y como se
deduce del riguroso trabajo del químico Antonio Iglesias, lo que
estalló fue Titadyn, es muy probable que algunos inocentes hayan sido
condenados y no cabe duda de que hay grandes culpables en libertad,
pues nadie ha sido juzgado y condenado por suministrar este explosivo.

No, no vale ya. Por seguir ciñéndome a la estructura e incluso a las
palabras literales de aquel artículo de Zola, en cuanto a estos 18
funcionarios públicos a los que acuso, "debo decir que ni les conozco,
ni les he visto nunca, ni siento particularmente por ellos rencor ni
odio. Les considero como entidades, como espíritus de maleficencia
social. Y el acto que realizo aquí no es más que un medio
revolucionario [yo elegiría un adjetivo más modesto, pues, no en vano,
la democracia ha progresado en los 111 años transcurridos] de activar
la explosión de la verdad y de la justicia".

Zola concluía de forma impactante y melodramática: "Sólo un
sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en
nombre de la humanidad que ha sufrido tanto y tiene derecho a ser
feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se
atrevan a llevarme a los tribunales y que me juzguen públicamente".
Yo suscribo ese mismo espíritu de lucha por la verdad y, por supuesto,
como siempre, asumo las consecuencias de la libre expresión de estas
opiniones. Pero, dicho sea con toda franqueza, aspiro a que los
juzgados sean ellos.

Yo sólo puedo acusarles ante el tribunal de la opinión pública pero
confío en que todos estos indicios, pruebas y argumentos estimulen a
quienes están legitimados para ello a iniciar las acciones pertinentes
para que todas o al menos algunas de estas 18 personas deban rendir
cuentas de sus actos en el plano profesional, administrativo o
eventualmente penal. Sólo procediendo contra ellos podremos ahora
recorrer el camino inverso de las piedras de Pulgarcito hacia el
origen de los hechos y las fuentes de la verdad.

"Así lo espero".






lunes, 1 de junio de 2009

LAS ANAS DEL SIGLO XXI

Había pensado poner como lema de este testimonio "Lee y disfruta", pero me ha parecido que se quedaba corto. Que no expresaba el contenido de este suceso, que no dejaba claro la magnitud del problema al que se enfrentaba esta mujer, que no valoraba en toda su dimensión la generosidad y sacrificio de su respuesta, que no tenía en cuenta la fuerza de su fe, ..., y tantos valores más que tu podrás añadir a este encabezado. ¡Ahora, sí! ... "LEE Y DISFRUTA"

Hago un recuerdo especial en el nacimiento de Ana, nuestra pequeña, que hoy cumple tres años.

Celebro este día en mi corazón con gozo y agradecimiento porque está con nosotros y no entró en el número alarmante de abortos autorizados por la ley basados en la prevención de riesgos y supuesta salud mental de la madre.

Muchos de vosotros, quizás no entendáis de qué estoy hablando, por eso os contaré la historia de Ana:

Sin aparente justificación, hace unos años, empecé a adelgazar y a sentirme mal con mucha frecuencia, hasta el punto de pesar menos de 48 kilos, habiendo estado mi peso entre 64 y 68 kilos generalmente. Acudía al medico con frecuencia, pero no podía explicarle qué me pasaba: comía muchísimo, tenía frecuentes y bruscos cambios de humor sin motivo y pasaba el día del sofá a la cama, sin casi poderme mover.

Mi medico ante estos síntomas, escribía en mi historia clínica:
- "diagnostico: depresión.
- tratamiento: antidepresivo".

Me perdonaras no te diga el nombre, porque yo tiraba las recetas sin sacar los fármacos de la farmacia. Cosa que a mi me valió, pero que no lo aconsejo pues era una imprudencia temeraria por mi parte.

El mal ánimo me duraba varias estaciones seguidas, con intervalos de algún día de sol, en el que con muy buena fe, me sostenía erguida varias horas y me auto convencía de que iba ha hacer muchas cosas, de que el malestar pasaría. Pero cada recaída era peor, hasta que viendo que mi deterioro se agudizaba nos pusimos en manos de especialistas.

Os lo podéis imaginar... Me toco un doctor joven, pero muy cualificado, con muchas ganas de estudiarme, porque me hizo todas las pruebas que había estudiado. Algunas yo creo que por simple curiosidad y otras que surgían por protocolo al ir hallando patologías diversas, que no te cuento, porque dieron negativo al final (a Dios gracias), por que si no, hoy no lo cuento. Aunque me mantuvieron amenazada de un futuro incierto y muy cercano y mi apariencia era la típica de los que ya han sacado el billete y preparan la maleta para el viaje sin retorno.

En todo ese proceso de estudio, yo contabilizaba dos faltas: mi menstruación se había asustado de tantas pruebas o, como me temía, me había vuelto a quedar embarazada.

Mi joven doctor tenía la obligación de prevenirme contra la altísima probabilidad de que el hijo que esperaba, trajese algún problema añadido a causa de la frecuencia radiológica a la que había sido sometida y al estado de desnutrición en el que yo a estas alturas me encontraba.

Con la angustia normal de padres de un ser que puede llegar a este mundo con un grado de enfermedad o minusvalía avisada, seguimos pidiendo consejo a otros especialistas. Uno y otro, hasta seis médicos (todos ellos con gran prestigio profesional) me aconsejaron abortar. Incluso después de las semanas permitidas por ley y con el consuelo, de que no era un caso aislado.

En ese mismo año se practicaron más de ocho mil abortos, amparados en los supuestos permitidos por la ley. De los que, sobre seis mil, la causa de autorización para abortar se basaba en el riesgo de que la madre padeciera depresiones después del parto.

Todo este tema, además, lo sacamos en conversaciones con los amigos y personas allegadas. Fueron tertulias interesantes, en los que en más de una ocasión tuve que oír cosas como:
- “No te das cuenta de que estáis muy bien y que vas a traer una ruina a tu casa, pudiendo quitarte el problema ahora”.
- “Eres una egoísta y por sacar éste hijo adelante, vas a arruinar la vida de los otros cuatro ".

Mi marido y yo no pensábamos lo mismo. Éramos personas que creíamos en un Dios, que además era Padre. Y confiábamos en que si nuestra hija venia y tenia la desgracia de enfermar, Él nos daría los medios y las gracias que necesitáramos para soportarlo y sacarla adelante.

Yo creo que a quien más le afecto todo este tema fue a mi hijo mayor, pues ante lo que oía, el adolescente, se cuestionaba realmente si debía o no abortar. Yo lo veía preocupado pues no terminaba de definirse si estaba a favor o en contra del aborto. A mí me hubiese gustado encontrar otros ejemplos para hacerle entender nuestra postura, pero solo se me ocurrió este:
–“Un día tu vas al parque con un amigo en su moto y tienes un accidente. Te puedes imaginar, que los efectos de ese accidente son leves o también puedes imaginar que te quedas en coma, o parapléjico.

Dime: ¿Que debería hacer contigo?, ¿debería matarte yo para no sufrir viéndote o para que no sufrieras tú?".
Quedó en silencio mucho rato dándole vueltas, y por fin dijo:
- "¡No!, no me gustaría. Creo que no debes abortar. ¡Ya lo sacaremos entre todos!".

Meses más tarde teniendo en casa, a una niña preciosa, completamente sana, inteligente alegre y feliz le volví a preguntar:
- "¿Te das cuenta del crimen tan horrible que hubiésemos cometido, si no le damos la oportunidad a Ana de nacer?".
Asintió con una sonrisa y miro con agradecimiento a su hermana pequeña por haber nacido.


Esta es la historia de Ana. Contada así, parece un cuento, pero esa es la realidad de hoy día. Miles de madres, sin una formación adecuada, y sin unos convencimientos de fe, sin el apoyo de su familia, y con los problemas añadidos que conlleva cada existencia, cada familia están prohibiendo a sus Anas que nazcan. Y lo que es más grave, muchas veces, engañadas, o con una verdad a medias... , ocultando seguramente otras opciones para salvar la vida de un ser humano.

De este tema lo que menos entiendo es que seguramente pronto, las leyes de nuestro país condenaran o castigaran de alguna forma a quienes abandonen un perrillo o maltraten a un animal..... ¡los hombres somos así de sensibles!

Nuestra lengua, al ser tan rica en matices, según que sinónimo escojas para definir un termino puede parecer más suave, escandalizar menos y podemos darle la vuelta a las palabras que por lo visto es lo que saben hacer los políticos que promueven o defienden las leyes anti-personas. Pero me temo que ante el juicio de Dios, no va ha haber tanta palabrería: cada hecho tiene un nombre, y el nombre del aborto es crimen.

Se podría hacer el mismo duro juicio que a los doce responsables de muertes violentas de sus propios hijos que van ya en este año, y que es el mayor escándalo para una sociedad. Así como de los numerosos casos de abandonos de bebes en contenedores de basura. Noticias que, al verlas en las pantallas de los televisores o en la prensa, nos ponen piel de gallina. Actos todos incomprensibles dentro de una cabeza sana. Luego mi excusa (para estos casos) es que alguna nueva enfermedad nos esta atacando, pues ni siquiera en el reino animal irracional hay especies que maten a sus propias crías.

Antes de seguir hablando de este tema, que quizás por que viví en propia carne la tentación de eliminar de mi historia a una persona tan importante como es nuestra pequeña Ana, siento que ese hecho me autoriza moralmente a dar mi opinión libremente.

Quisiera hacer un paréntesis, para aclarar una cosa que a una de mis amigas no le termina de convencer.
Su argumento es que en los días en que vivimos no se puede decir esto, por respeto a las miles de mujeres que han abortado por una u otra circunstancia y a las cuales yo no tengo derecho a hacer sentir culpables por sus actos.
Mi intención no es acusar a nadie y además puedo comprender que la vida y las decisiones de cada persona tienen un complejo mundo de condicionantes que a veces nos ciegan y podemos no decidir lo mejor. Realmente, no puedo ni deseo acusar a nadie. A Dios gracias no me toca a mí esta labor y, desde luego, desde un punto de vista cristiano, ante un daño de esta índole, también ha de haber el deseo de perdonar y ayudar a quien busca este consuelo.

Pero sí que es un hecho real que esta pasando en nuestros días, y ante el cual tenemos todo el derecho a dar nuestra opinión, al menos nuestra postura, que naturalmente también puede ser una ayuda para personas que todavía duden y que solo vean la parte negativa de los problemas, sin encontrar más opción.

Levantarnos de nuestros errores, y nuestros horrores, son uno de los dones a los que tenemos derecho. Y son muchos los casos en los que el arrepentimiento del mal cometido fortalece el espíritu, para ayudar a otros a que no pasen por los mismos calvarios.

Y si en algún momento tú que lees esto o estas en ese riesgo o conoces a alguien en esas circunstancias, me gustaría decirte que no desesperes, que no te rindas, nunca está todo perdido. Muchas veces la ayuda tal vez esté fuera de nuestro habitual entorno. Pero hay que consumir todas las alternativas. Defender la vida de ese ser, que es un gran regalo que Dios te hace, es para tu bien, aunque ahora no puedas entenderlo.

Hoy día, gracias a Dios, hay otras muchas alternativas

Carmen Rodríguez García
8 de febrero de 2002